Esta
novela sobre el presidio de su protagonista, es un fresco del propio
Dostoievski, por sus actividades de agitación anarquista. Había sido condenado
a muerte, pero a último minuto le conmutaron la pena por trabajos forzados.
Relato impresionante, humanísimo, de una sensibilidad y un sentido de la
observación extraordinario en las letras universales.
El sufrimiento casi
ilimitado, la rufianería, el maltrato de los Mayores, entonces dantesco; esos
presos cargaban sus vidas engrilletados y había algunos encadenados a los muros
por años y años, y así, en esa miseria infrahumana, el escritor ruso les
nombra los ‘seres más maravillosos’ y se pregunta, medita sobre el sentido
religioso -que tuvo el autor- el ansia de esperanza y salvación no tan sólo
celestial sino terrena, imaginando, ya en esa época momentos de libertad y
derechos humanos y un mundo de hombres libres.
El nombre de la historia original
como ‘Recuerdos de la casa de los muertos’, tuvo un subtítulo: ‘El
sepulcro de los vivos’, debido a que el encierro es un infierno, donde los
seres humanos pierden su capacidad de auto decidir lo más nimio, son esclavos
del Estado y de la ley, -que siempre es una opinión de grupos dominantes- y
viven sus condenas como personas carentes de poder, muertos cívicos. Hay capítulos
que pueden estremecer al más vil sujeto, como el del hospital, la idealización
de la libertad cuando se pierde, las primeras impresiones a la llegada a la
prisión, los amigos, los desprecios, los grupos que se forman, los delatores,
los granujas, los soberbios, los fanfarrones, los chismosos, los abusadores de
todo tipo, el imperio del odio en algunos, quienes someten y la astucia de
otros, y la inteligencia y la capacidad de soñar.
El arte mismo, donde los
actores, a escondidas representaban obras de teatro alusivas a su condición,
analizando que siempre el ingenio es la forma más natural al espíritu y su
liberación. Sobre la libertad dice el autor: ‘Yo noté, que gracias a
continuas privaciones y a nuestra predisposición al ensueño, la libertad nos
parecía, vista desde dentro de la fortaleza, más libre que la verdadera, más
libre que la libertad tangible y real. Los presidiarios la veían demasiado
hermosa, cosa natural en todo prisionero. Cualquier asistente andrajoso se nos
antojaba un rey, el ideal casi del hombre libre, sencillamente porque iba adónde
quería, sin grilletes, sin escolta y sin llevar la cabeza afeitada.’ ‘¡Yo
me veía contando los miles de días que me quedaban aún! ¡Señor, cuánto
tiempo hacía de esto!’ ‘¡Y cuánta juventud enterrada dentro de esas
murallas, qué de fuerzas inutilizadas, perdidas aquí sin provecho para
nadie!’
También encuentra que la única posibilidad de libertad para
el hombre en la cárcel son los libros. ‘Era como un mensajero del otro mundo,
del mundo libre.’ De la misma manera, está comentada la cuestión del escape y
la libertad definitiva. Evidencia esta obra que no hay mundos despreciables para un
autor, si es capaz de crear una fascinación y un espacio único. En esto
consiste precisamente el genio de las letras.
Escrito como una crónica de encierro, se sienten vivos todos
los personajes, atravesados por el temblor de la vida misma, atrapados en una lógica
diferente, pero humana, dando en esa reducción aparentemente pobre, mísera, la
mirada de universalidad eterna. El tema de Fedor Dostoievski fue el ser humano,
visto en sus más íntimas y reveladoras manifestaciones. Hemos señalado antes
que el hombre es uno siempre, y se comprueba leyendo desde lo antiguo a lo
actual. Perversidad ha habido toda la existencia, amor, grupos de
intereses comunes, solidaridad, egoísmo, soberbia, pedantería, generosidad,
simpatía, alegría, hasta el más miserable ser es capaz de sonreír o hasta el
mayor prepotente de llegar a llorar.
La forma de vida no es sin embargo
perpetua, la dinámica social hace que los que ayer fueron príncipes sean mañana
mendigos. Eso no es nada nuevo. Pero somos los hombres complejos y simples a un
tiempo. Quienes han observado detenidamente calzaron sus rasgos. Quien conozca
al ser humano podrá predecirlo, nunca cambiarlo. Hoy la moderna ciencia psiquiátrica
logra modificar comportamientos, pero no logra terminar con un prototipo,
pudiendo atenuar los caracteres pero no borrarlos. La realidad es fantástica,
podríamos afirmar en antífrasis, y fue el motivo inmenso que dio vida a los
personajes de nuestro escritor ruso. La penetración psicológica, demostrada en
esta novela, como en todas las demás, se constituyeron en verdaderos tratados
sobre el individuo, insoslayables para cualquier facultativo que se precie de
serio y responsable.
Fiodor, siempre se movió en las esencias, quiso ser un
autor realista pero sus personajes sueñan, sueñan como los presos de esta obra
con la libertad, como niños dulzones, con nostalgia, con delicadeza de un
regalo que les llegara de las alturas o de la tierra de los hombres, de los
hombres libres, la emancipación, la libertad que no ha podido ser definida tal
vez como el aire que pasa entre los dedos, se filtra por nuestras venas y lleva
la vida a volar. Para un soñador no hay cárcel alguna capaz de subyugarlo, las
esperanzas son eternas y quien se rinde es persona muerta. En esto, tal vez,
consista el gran secreto de nuestra existencia. Y no hay modo más exacto que dé
forma a los ensueños como el arte, que nos convierte en críos indestructibles.
Es dable para la gente libre imaginar, así mismo lo que
significa ser arrancados de la sociedad en la que se mueve casi a su antojo,
para estar confinado de un instante a otro, en presidiario, la línea es muy débil,
y podríamos chancear con justeza de que ‘nadie es libre’, todos estamos
presos, de uno u otro modo en el mundo, en las leyes, en las convenciones, en
los compromisos, somos una gran fortaleza, una casa al fin y al cabo
‘muerta’, como dice el genio ruso, pero que gracias a esta capacidad de
evadirnos de la realidad, podemos convertir en un ‘palacio’, todo porque
hemos columbrado mundos ideales, cada uno con su anhelo. Con esta cualidad de
dar descanso a nuestros sufrimientos, podemos olvidar que llevamos grilletes, de
cualquier tipo, económicos, políticos, en fin. En América Latina, las ansias de
libertad fueron las que sin desmayo nos sacaron a la democracia, y en los años
de dictadura mantuvieron en nuestros corazones y almas el fuego con que
alimentamos la patria para conseguirla. Nada es perfecto, podemos seguir soñando,
hay otros mundos que alcanzar. Tal vez los jóvenes de hoy tengan otros anhelos,
ya ‘libres’, nacidos libres y tengan distintos miedos, pero nunca el ser
humano bondadoso ha temido a la libertad.
Sobre la que llama ‘filosofía del crimen’, sostiene el
autor que ‘es más complicada de lo que se cree’. Y agrega: ‘El presidio,
los trabajos forzados no redimen al criminal; lo castigan buenamente y
garantizan a la sociedad contra los atentados que pudiera cometer todavía. El
presidio, los trabajos más penosos, sólo desarrollan en el criminal el odio,
la sed de los placeres prohibidos y una indiferencia espantosa. Por otra parte,
estoy convencido de que la finalidad del famoso sistema celular es equivocado y
aparente. Seca la savia vital del individuo, lo debilita, lo asusta, y después
lo presenta como modelo de redención, de arrepentimiento, a una momia
moralmente desecada y medio loca.’
Sin embargo, medita ya entonces en la
posibilidad de los fenómenos ‘de defecto orgánico, de una monstruosidad física
y moral’, lo que hoy llamaos psicópatas criminales. Para quienes la cárcel
no es ‘remedio’. Respecto a quienes predican, comenta el autor sobre el caso
de ‘un preso que había dado pruebas, durante los años de presidio, de una
docilidad ejemplar. Casi nunca hablaba con nadie. Se le había tomado por un
simple de espíritu. Era un gran lector de la Biblia, y leía incesantemente, día
y noche, el libro sagrado’. No obstante fue de los que intentó matar al
mayor, repentinamente, lleno de cólera.
Sobre los castigos, reflexiona en la desigualdad para crímenes similares. Y pone ejemplos: ‘Uno que ha matado a un pobre miserable por nada, por una cebolla. ¡Una cebolla vale un kopek! ¡Cien almas valen cien cebollas! ¡Y cien cebollas hacen un rublo! El otro ha matado a un libertino tiránico para salvar el honor de su prometida, de su hermana, de su hija. Este otro siervo fugitivo, muerto de hambre quizás, ha matado a uno de los policías lanzados en masa en su persecución y lo ha hecho en defensa de su libertad y de su vida.
Sobre los castigos, reflexiona en la desigualdad para crímenes similares. Y pone ejemplos: ‘Uno que ha matado a un pobre miserable por nada, por una cebolla. ¡Una cebolla vale un kopek! ¡Cien almas valen cien cebollas! ¡Y cien cebollas hacen un rublo! El otro ha matado a un libertino tiránico para salvar el honor de su prometida, de su hermana, de su hija. Este otro siervo fugitivo, muerto de hambre quizás, ha matado a uno de los policías lanzados en masa en su persecución y lo ha hecho en defensa de su libertad y de su vida.
Aquel ha estrangulado por placer a una criatura, encuentra satisfacción
en sentir su sangre caliente correr por sus manos, y se regocija del espasmo y
del último suspiro de los niños estrangulados. ¡Por tanto, todos ellos sufren
la misma pena! Hay variedad en la duración de los castigos, pero supone poco en
relación a la diversidad misma de la clase del crimen. Hay tantas diferencias
como caracteres.’ Y sobre las consecuencias del castigo, manifiesta: ‘Tal
condenado se consume, se agota como el aceite en candil; otro llega a
convencerse de que hasta ese instante ignoraba que existiera una vida tan
alegre, un círculo tan agradable de audaces despreocupados, pues en presidio se
encuentran gentes de esta clase. Tal detenido, hombre culto, presa de los
remordimientos de su fina consciencia, de las torturas de un remordimiento
moral, ante el que palidece cualquier otro castigo, formula sobre su crimen un
juicio mucho más implacable que pudiera hacerlo la ley más severa. Y, a su
lado, otro no piensa ni un segundo, durante toda su detención, en la fechoría
que cometió; hasta estima haber procedido bien.
Algunos llegan incluso a
cometer un crimen expresamente, para librarse de una existencia infinitamente más
penosa. En libertad, estos desgraciados viven quizás peor, nunca sacian el
hambre, trabajan para un patrón de sol a sol. En presidio la labor es menos
ruda, el pan más abundante y de mejor calidad, se come carne el domingo y días
de fiesta, se reciben limosnas y hasta pueden lograrse algunas monedas. ¡Y qué
sociedad! Gentes avispadas, malignas hasta en sus más íntimos rincones. Un
desventurado así considerará a sus camaradas con una admiración respetuosa.
¡Como jamás vio hombres semejantes, los tendrá por la crema de la
humanidad!… ¿Puede imponerse idéntico castigo a seres tan desemejantes? ¡Pero
a qué ocuparse de cuestiones insolubles! ¡El tambor suena y hay que volver al
encierro!’
Mauricio
Otero
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