domingo, 30 de septiembre de 2018

“Mi pueblo ha sido el más traicionado de este tiempo” Pablo Neruda


De los desiertos del salitre, de las minas submarinas del carbón, de las alturas terribles donde yace el cobre y lo extraen con trabajos inhumanos las manos de mi pueblo, surgió un movimiento liberador de magnitud grandiosa. Ese movimiento llevó a la presidencia de Chile a un hombre llamado Salvador Allende, para que realizara reformas y medidas de justicia inaplazables, para que rescatara nuestras riquezas nacionales de las garras extranjeras.
Donde estuvo, en los países más lejanos, los pueblos admiraron al presidente Allende y elogiaron el extraordinario pluralismo de nuestro gobierno. Jamás en la historia de la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, se escuchó una ovación como la que le brindaron al presidente de Chile los delegados de todo el mundo.


Aquí en Chile se estaba construyendo, entre inmensas dificultades, una sociedad verdaderamente justa, elevada sobre la base de nuestra soberanía, de nuestro orgullo nacional, del heroísmo de los mejores habitantes de Chile. De nuestro lado, del lado de la revolución chilena, estaban la Constitución y la ley, la democracia y la esperanza. Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y cadena, monjes falsos y militares degradados.
Unos u otros daban vueltas en el carrusel del despecho. Iban tomados de la mano el fascista Jarpa con sus sobrinos de “Patria y Libertad”, dispuestos a romperles la cabeza y el alma a cuanto existe, con tal de recuperar la gran hacienda que ellos llamaban Chile. Junto con ellos, para amenizar la farándula, danzaba un gran banquero y bailarín, algo manchado de sangre; era el campeón de rumba González Videla, que rumbeando entregó hace tiempo su partido a los enemigos del pueblo. Ahora era Frei quien ofrecía su partido demócrata – cristiano a los mismos enemigos del pueblo, y bailaba además con el ex coronel Viaux, de cuya fechoría fue cómplice.
Estos eran los principales artistas de la comedia. Tenían preparados los viveros del acaparamiento, los “miguelitos”, los garrotes y las mismas balas que ayer hicieron de muerte a nuestro pueblo en Iquique, en Ranquil, en Salvador, en Puerto Montt, en la José Maria Caro, en Frutillar, en Puente Alto y en tantos otros lugares. Los asesinos de Hernán Mery bailaban con naturalidad santurronamente. Se sentían ofendidos de que les reprocharan esos “pequeños detalles”.
Chile tiene una larga historia civil con pocas revoluciones y muchos gobiernos estables, conservadores y mediocres. Muchos presidentes chicos y sólo dos presidentes grandes: Balmaceda y Allende. Es curioso que los dos provinieran del mismo medio, de la burguesía adinerada, que aquí se hace llamar aristocracia. Como hombres de principios, empeñados en engrandecer un país empequeñecido por la mediocre oligarquía, los dos fueron conducidos a la muerte de la misma manera.
Balmaceda fue llevado al suicidio por resistirse a entregar la riqueza salitrera a las compañías extranjeras. Allende fue asesinado por haber nacionalizado la otra riqueza del subsuelo chileno, el cobre. En ambos casos la oligarquía chilena organizó revoluciones sangrientas. En ambos casos los militares hicieron jauría. Las compañías inglesas en la ocasión de Balmaceda, las norteamericanas en la ocasión de Allende, fomentaron y sufragaron estos movimientos militares.
En ambos casos las casas de los presidentes fueron desvalijadas por órdenes de nuestros distinguidos “aristócratas”. Los salones de Balmaceda fueron destruidos a hachazos. La casa de Allende, gracias al progreso del mundo, fue bombardeada desde el aire por nuestros heroicos aviadores.
Sin embargo, estos dos hombres fueron muy diferentes. Balmaceda fue un orador cautivante. Tenía una complexión imperiosa que lo acercaba más al mando unipersonal. Estaba seguro de la elevación de sus propósitos. En todo instante sé vio rodeado de enemigos. Su superioridad sobre el medio en que vivía era tan grande, y tan grande su soledad, que concluyó por reconcentrarse en sí mismo.
El pueblo que debía ayudarle no existía como fuerza, es decir, no estaba organizado. Aquel presidente estaba condenado a conducirse como iluminado, como un soñador: un sueño de grandeza se quedó en sueño. Después de su asesinato, los rapaces mercaderes extranjeros y los parlamentarios criollos entraron en posesión del salitre: para los extranjeros, la propiedad y las concesiones; para los criollos las coimas.
Recibidos los treinta dineros todo volvió a su normalidad. La sangre de unos cuantos miles de hombres del pueblo se secó pronto en los campos de batalla. Los obreros más explotados del mundo, los de las regiones del norte de Chile, no cesaron de producir inmensas cantidades de libras esterlinas para la City de Londres.
Allende nunca fue un gran orador. Y como estadista era un gobernante que consultaba todas sus medidas. Fue el antidictador, el demócrata principista hasta en los detalles. Le tocó un país que ya no era el pueblo bisoño de Balmaceda; encontró una clase obrera poderosa que sabía de qué se trataba.
Allende era dirigente colectivo; un hombre que, sin salir de las clases populares, era un producto de la lucha de esas clases contra el estancamiento y la corrupción de sus explotadores. Por tales causas y razones, la obra que realizó en tan corto tiempo es superior a la de Balmaceda; más aun, es la más importante en la historia de Chile.
Sólo la nacionalización del cobre fue una empresa titánica, y muchos objetivos más se cumplieron bajo su gobierno de esencia colectiva. Las obras y los hechos de Allende, de imborrable valor nacional, enfurecieron a los enemigos de nuestra liberación.
El simbolismo trágico de esta crisis se revela en el bombardeo del Palacio de Gobierno; uno evoca la Blitz Krieg de la aviación nazi contra indefensas ciudades extranjeras, españolas, inglesas, rusas; ahora sucedía el mismo crimen en Chile; pilotos chilenos atacaban en picada el palacio que durante siglos fue el centro de la vida civil del país.
Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos incalificables que llevaron a la muerte de mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; sólo a su viuda le fue permitido acompañar aquel inmortal cadáver.
La versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras de visible suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es diferente. A reglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el Presidente de la Republica de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su corazón, envuelto en humo y llamas.
Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque nunca renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las metralletas de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.

(Desde Isla Negra, su residencia en Chile, el 14 de septiembre de 1973, Pablo Neruda escribió su dramático testimonio del 11-S latinoamericano. Luego, el 23, fallece de cáncer. Todos dicen que murió de pena.)

jueves, 27 de septiembre de 2018

La Trampa – Eduardo Galeano


Por valija diplomática llegan los verdes billetes que financian huelgas y sabotajes y cataratas de mentiras. Los empresarios paralizan a Chile y le niegan alimentos. No hay más mercado que el mercado negro. Largas colas hace la gente en busca de un paquete de cigarrillos o un kilo de azúcar; conseguir carne o aceite requiere un milagro de la Virgen María Santísima.
La Democracia Cristiana y el diario «El Mercurio» dicen pestes del gobierno y exigen a gritos el cuartelazo redentor, que ya es hora de acabar con esta tiranía roja; les hacen eco otros diarios y revistas y radios y canales de televisión. Al gobierno le cuesta moverse; jueces y parlamentarios le ponen palos en las ruedas, mientras conspiran en los cuarteles los jefes militares que Allende cree leales.


En estos tiempos difíciles, los trabajadores están descubriendo los secretos de la economía. Están aprendiendo que no es imposible producir sin patrones, ni abastecerse sin mercaderes. Pero la multitud obrera marcha sin armas, vacías las manos, por este camino de su libertad. Desde el horizonte vienen unos cuantos buques de guerra de los Estados Unidos, y se exhiben ante las costas chilenas. Y el golpe militar, tan anunciado, ocurre.
Le gusta la buena vida. Varias veces ha dicho que no tiene pasta de apóstol ni condiciones para mártir. Pero también ha dicho que vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir.
Los generales alzados le exigen la renuncia. Le ofrecen un avión para que se vaya de Chile. Le advierten que el palacio presidencial será bombardeado por tierra y aire. Junto a un puñado de hombres, Salvador Allende escucha las noticias. Los militares se han apoderado de todo el país. Allende se pone un casco y prepara su fusil. Resuena el estruendo de las primeras bombas. El presidente habla por radio, por última vez: —Yo no voy a renunciar…
Una gran nube negra se eleva desde el palacio en llamas. El presidente Allende muere en su sitio. Los militares matan de a miles por todo Chile. El Registro Civil no anota las defunciones, porque no caben en los libros, pero el general Tomás Opazo Santander afirma que las víctimas no suman más que el 0,01 por 100 de la población, lo que no es un alto costo social, y el director de la CIA, William Colby, explica en Washington que gracias a los fusilamientos Chile está evitando una guerra civil. La señora Pinochet declara que el llanto de las madres redimirá al país. Ocupa el poder, todo el poder, una Junta Militar de cuatro miembros, formados en la Escuela de las Américas en Panamá. Los encabeza el general Augusto Pinochet, profesor de Geopolítica. Suena música marcial sobre un fondo de explosiones y metralla: las radios emiten bandos y proclamas que prometen más sangre, mientras el precio del cobre se multiplica por tres, súbitamente, en el mercado mundial.
El poeta Pablo Neruda, moribundo, pide noticias del terror. De a ratos consigue dormir y dormido delira. La vigilia y el sueño son una única pesadilla. Desde que escuchó por radio las palabras de Salvador Allende, su digno adiós, el poeta ha entrado en agonía.

lunes, 24 de septiembre de 2018

El día que García Márquez relató la muerte de Salvador Allende


El Golpe del '73 no dejó indiferente al escritor colombiano, quien -siendo entonces periodista- escribió una crónica sobre el hecho en la que sostenía que el presidente había sido asesinado.
"Amaba la vida, amaba las flores y los perros y era de una galantería un poco a la antigua, con esquelas perfumadas y encuentros furtivos".
Gabriel García Márquez ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982, de esta forma su obra "Cien años de soledad" lo terminaba por consolidar en la cima de la narrativa mundial y que este jueves, a los 87 años de vida lo despide como uno de los más grandes.
Pero el "Gabo", como lo denominaban de cariño, inició su carrera como periodista mientras estudiaba derecho en la universidad y nunca dejó de lado esa faceta.
El 11 de septiembre de 1973, el Golpe de Estado que se produjo en nuestro país terminó con la muerte de quien en ese momento gobernaba Chile, Salvador Allende Gossens.
Un hecho que no dejó ajeno al reconocido escritor colombiano y que inmortalizó en su relato "la verdadera muerte de un presidente", en donde describe al fallecido mandatario como un hombre "tenaz, decidido e imprevisible", pero en la sostenía que Allende había sido asesinado.
"Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués".

Gabriel García Márquez
Fuente: @24horas.cl Televisión Nacional de Chile


jueves, 20 de septiembre de 2018

"La verdadera muerte de un presidente." Gabriel García Márquez

La contradicción más dramática de su vida fue ser al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y revolucionario apasionado, y él creía haberla resuelto con la hipótesis de que las condiciones de Chile permitían una evolución pacífica hacia el socialismo dentro de la legalidad burguesa. La experiencia le enseñó demasiado tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno, sino desde el poder.
Esa comprobación tardía debió ser la fuerza que lo impulsó a resistir hasta la muerte en los escombros en llamas de una casa que ni siquiera era la suya, una mansión sombría que un arquitecto italiano construyó para fábrica de dinero y terminó convertida en el refugio de un Presidente sin poder.


Hacia las cuatro de la tarde el general de división Javier Palacios, logró llegar hasta el segundo piso, con su ayudante el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí entre las falsas poltronas Luis XV y los floreros de Dragones Chinos y los cuadros de Rugendas del salón rojo, Salvador Allende los estaba esperando. Llevaba en la cabeza un casco de minero y estaba en mangas de camisa, sin corbata y con la ropa sucia de sangre. Tenía la metralleta en la mano.
Allende conocía al general Palacios. Pocos días antes le había dicho a Augusto Olivares que aquel era un hombre peligroso, que mantenía contactos estrechos con la Embajada de los EE.UU. 
Había cumplido 64 en el julio anterior y era un Leo perfecto: tenaz, decidido e imprevisible.
Lo que piensa Allende sólo lo sabe Allende, me había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba las flores y los perros, y era de una galantería un poco a la antigua, con esquelas perfumadas y encuentros furtivos.
Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo  el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable que lo había declarado legítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro.
El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas para siempre.

Septiembre de 2003, al cumplirse 30 años del golpe militar de 1973 en Chile.

lunes, 17 de septiembre de 2018

Libros de Pedagogía

A todos los profesores, maestros, psicólogos y pedagogos, hoy les traemos más de 50 libros ¡completamente gratis! La selección incluye libros contemporáneos y clásicos como los libros del teórico Paulo Freire. Son idóneos para consulta, investigación o simplemente aprender algo nuevo. 

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Fuente: el entorno estudiante.com

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Histórico diálogo entre Fidel Castro y Salvador Allende


Por estos días la televisión pública argentina difundió El Diálogo de América, charla en noviembre de 1971 entre el líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, y el extinto presidente Salvador Allende, durante la visita de tres semanas realizada por el primero a Chile. Una información de Prensa Latina señala que filmado por el cineasta Álvaro Covacevich y con la participación, como entrevistador, del destacado periodista chileno y asesor personal de Allende, Augusto Olivares, El Diálogo de América fue estrenado mundialmente en París en abril de 1972 como testimonio de la lucha por el proceso chileno. Hace referencia a que el diario argentino Página 12 recuerda que sus presentadores entonces fueron el fallecido escritor y poeta chileno Pablo Neruda y el actor Marcel Marceau.
Este documental, restaurado por la televisión pública argentina fue difundido por primera vez en el país, tras ser recuperado recientemente entre el patrimonio de Covacevich, quien luego del golpe militar de 1973 se exilió en México. La distendida conversación tuvo lugar en los jardines de la casa presidencial, en la cual temas como la llamada Vía chilena, emprendida por la Unidad Popular (UP) para encaminar las transformaciones en el país, o la decisiva participación de la clase obrera en los procesos de cambio en una y otra sociedad, fueron analizados por ambos estadistas. También se refirieron a los principales obstáculos enfrentados por la UP para llevar adelante su programa, y por la Revolución cubana para lograr su supervivencia y avanzar.
Estos obstáculos, precisó Allende en aquel entonces, nacen de una oligarquía con bastante experiencia que defiende muy bien sus intereses y tiene el respaldo del imperialismo. En el caso de Cuba, Fidel Castro indicó que el principal obstáculo era de orden exterior, y mencionó al imperialismo norteamericano, que ejerce, dijo, una formidable oposición, utilizando para ello armas políticas, económicas y militares, pese a lo cual no tiene -aseguró- la más remota posibilidad de aplastar a la Revolución.


martes, 11 de septiembre de 2018

Chile, el Golpe y los Gringos


Chile es un país angosto, con 4.270 kilómetros de largo y 190 de ancho, y con 10 millones de habitantes efusivos, dos de los cuales viven en Santiago, la capital. La grandeza del país no se funda en la cantidad de sus virtudes, sino el tamaño de sus excepciones. Lo único que produce con absoluta seriedad es mineral de cobre, pero es el mejor del mundo, y su volumen de producción es apenas inferior al de Estados Unidos y la Unión Soviética.
También produce vinos tan buenos como los europeos, pero exportan poco porque casi todos se los beben los chilenos. Su ingreso per cápita, 600 dólares, es de los más elevados de América Latina, pero casi la mitad del producto nacional bruto se lo reparten solamente 300.000 personas. En 1932, Chile fue la primera república socialista del continente, y se intentó la nacionalización del cobre y el carbón con el apoyo entusiasta de los trabajadores, pero la experiencia sólo duró 13 días.
Tiene un promedio de un temblor de tierra cada dos días y un terremoto devastador cada tres años. Los geólogos menos apocalípticos consideran que Chile no es un país de tierra firme sino una cornisa de los Andes en un océano de brumas, y que todo el territorio nacional, con sus praderas de salitre y sus mujeres tiernas, está condenado a desaparecer en un cataclismo.

Gabriel García Márquez

Texto (click)

martes, 4 de septiembre de 2018

Resista

Natalia Carrizo es una escritora, feminista y fotógrafa del conurbano bonaerense. En el 2016 publicó su libro de poesía "No somos diezmo". A principios de este año un texto de su autoría, "resista", empezó a circular por las redes, pero atribuido a Paco Urondo. A continuación, ella reflexiona sobre esto y sobre el lugar que tienen los escritores en estos tiempos.

Resista. Exista. Encuentre entre sus afectos la ciudad habitable. 
Organice la solidaridad. Cuide a los suyos, teja redes. 
Comparta el plato de comida cuando falte. Abrace y contenga. 
Déjese abrazar y pídalo cuando haga falta.
Lo quieren quebrado. Lo quieren asumiendo el imposible. Lo quieren muerto por dentro y esclavo. Grite cuando haga falta, mascullar hace mal al alma y a los dientes.
Renuncie a la resignación. Anuncie la exasperación. Contagie.
Camine dos cuadras más pero elija siempre a los propios, cada cual merece el jugo de los trapos que no lava. Esto es parte de la justicia.
No practique la empatía con los hijos de puta, puede convertirse en uno de ellos.
A la estética, ética.
Esquive la anestesia.
Diviértase, pero no se entretenga.
No se acostumbre.
No se acostumbre.
No se acostumbre.
Exista en la identidad.
Resista la autoridad.
Encuentre entre sus afectos la ciudad habitable.

Natalia Carrizo

Fuente: http://www.agenciapacourondo.com.ar