Chile es un país angosto, con 4.270 kilómetros
de largo y 190 de ancho, y con 10 millones de habitantes efusivos, dos de los
cuales viven en Santiago, la capital. La grandeza del país no se funda en la
cantidad de sus virtudes, sino el tamaño de sus excepciones. Lo único que
produce con absoluta seriedad es mineral de cobre, pero es el mejor del mundo,
y su volumen de producción es apenas inferior al de Estados Unidos y la Unión Soviética.
También produce vinos tan buenos
como los europeos, pero exportan poco porque casi todos se los beben los
chilenos. Su ingreso per cápita, 600 dólares, es de los más elevados de América
Latina, pero casi la mitad del producto nacional bruto se lo reparten solamente
300.000 personas. En 1932, Chile fue la primera república socialista del
continente, y se intentó la nacionalización del cobre y el carbón con el apoyo
entusiasta de los trabajadores, pero la experiencia sólo duró 13 días.
Tiene un promedio de un temblor
de tierra cada dos días y un terremoto devastador cada tres años. Los geólogos
menos apocalípticos consideran que Chile no es un país de tierra firme sino una
cornisa de los Andes en un océano de brumas, y que todo el territorio nacional,
con sus praderas de salitre y sus mujeres tiernas, está condenado a desaparecer
en un cataclismo.
Gabriel García Márquez
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