Por valija diplomática llegan los
verdes billetes que financian huelgas y sabotajes y cataratas de mentiras. Los
empresarios paralizan a Chile y le niegan alimentos. No hay más mercado que el
mercado negro. Largas colas hace la gente en busca de un paquete de cigarrillos
o un kilo de azúcar; conseguir carne o aceite requiere un milagro de la Virgen María
Santísima.
En estos tiempos difíciles, los
trabajadores están descubriendo los secretos de la economía. Están aprendiendo
que no es imposible producir sin patrones, ni abastecerse sin mercaderes. Pero
la multitud obrera marcha sin armas, vacías las manos, por este camino de su
libertad. Desde el horizonte vienen unos cuantos buques de guerra de los
Estados Unidos, y se exhiben ante las costas chilenas. Y el golpe militar, tan
anunciado, ocurre.
Le gusta la buena vida. Varias
veces ha dicho que no tiene pasta de apóstol ni condiciones para mártir. Pero
también ha dicho que vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la
pena vivir.
Los generales alzados le exigen
la renuncia. Le ofrecen un avión para que se vaya de Chile. Le advierten que el
palacio presidencial será bombardeado por tierra y aire. Junto a un puñado de
hombres, Salvador Allende escucha las noticias. Los militares se han
apoderado de todo el país. Allende se pone un casco y prepara su fusil. Resuena
el estruendo de las primeras bombas. El presidente habla por radio, por última
vez: —Yo no voy a renunciar…
Una gran nube negra se eleva
desde el palacio en llamas. El presidente Allende muere en su sitio. Los
militares matan de a miles por todo Chile. El Registro Civil no anota las
defunciones, porque no caben en los libros, pero el general Tomás Opazo
Santander afirma que las víctimas no suman más que el 0,01 por 100 de la
población, lo que no es un alto costo social, y el director de la CIA , William Colby, explica en
Washington que gracias a los fusilamientos Chile está evitando una guerra
civil. La señora Pinochet declara que el llanto de las madres redimirá al país.
Ocupa el poder, todo el poder, una Junta Militar de cuatro miembros, formados
en la Escuela
de las Américas en Panamá. Los encabeza el general Augusto Pinochet, profesor
de Geopolítica. Suena música marcial sobre un fondo de explosiones y metralla:
las radios emiten bandos y proclamas que prometen más sangre, mientras el
precio del cobre se multiplica por tres, súbitamente, en el mercado mundial.
El poeta Pablo Neruda, moribundo,
pide noticias del terror. De a ratos consigue dormir y dormido delira. La
vigilia y el sueño son una única pesadilla. Desde que escuchó por radio las
palabras de Salvador Allende, su digno adiós, el poeta ha entrado en agonía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario