La contradicción más dramática de
su vida fue ser al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y
revolucionario apasionado, y él creía haberla resuelto con la hipótesis de que
las condiciones de Chile permitían una evolución pacífica hacia el socialismo
dentro de la legalidad burguesa. La experiencia le enseñó demasiado tarde que
no se puede cambiar un sistema desde el gobierno, sino desde el poder.
Esa comprobación tardía debió ser
la fuerza que lo impulsó a resistir hasta la muerte en los escombros en llamas
de una casa que ni siquiera era la suya, una mansión sombría que un arquitecto
italiano construyó para fábrica de dinero y terminó convertida en el refugio de
un Presidente sin poder.
Hacia las cuatro de la tarde el
general de división Javier Palacios, logró llegar hasta el segundo piso, con su
ayudante el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí entre las falsas
poltronas Luis XV y los floreros de Dragones Chinos y los cuadros de Rugendas
del salón rojo, Salvador Allende los estaba esperando. Llevaba en la cabeza un
casco de minero y estaba en mangas de camisa, sin corbata y con la ropa sucia
de sangre. Tenía la metralleta en la mano.
Allende conocía al general
Palacios. Pocos días antes le había dicho a Augusto Olivares que aquel era un
hombre peligroso, que mantenía contactos estrechos con la Embajada de los
EE.UU.
Había cumplido 64 en el julio
anterior y era un Leo perfecto: tenaz, decidido e imprevisible.
Lo que piensa Allende sólo lo
sabe Allende, me había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba las
flores y los perros, y era de una galantería un poco a la antigua, con esquelas
perfumadas y encuentros furtivos.
Su virtud mayor fue la
consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir
defendiendo el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una
Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus
asesinos, defendiendo un Congreso miserable que lo había declarado legítimo
pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores,
defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su
alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de
mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro.
El drama ocurrió en Chile, para
mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió
sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas
para siempre.
Septiembre de 2003, al cumplirse
30 años del golpe militar de 1973 en Chile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario