«En la medida
en que progresen estas tecnologías, vayamos directo hacia el wifi y los
ordenadores más pequeños, se abaraten las tecnologías y se vuelvan más
audiovisuales, sin ninguna duda la gramática escolar antigua va a ser
sustituida por una gramática de la cultura audiovisual, con un estilo
diferente, con más nervio, con más sentido de la actualidad. El problema es qué
generación de profesores asumirá esto.»
(José Manuel
Pérez Tornero)
El hecho educativo es,
esencialmente, un hecho comunicativo. Hoy es impensable hablar de comunicación
y de educación como de procesos diferentes. Los procesos de comunicación son
componentes pedagógicos del aprendizaje. Oí por primera vez el concepto en el
entorno, tal vez a él mismo, de Paulo Freire, en Chile por los años 70.
Después lo volví a percibir en Argentina, en un encuentro con educadores al que
asistía Mario Kaplún. A pesar de que ya andaba yo en aquellos tiempos
enredado en la comunicación y en la educación, y que participaba plenamente de
las ideas de Freire y de Kaplún, me costó un poco el aceptar el término, tal
vez por mi reticencia a utilizar nuevos vocablos. La UNESCO lo aceptó en 1979,
y de ahí su recorrido fue rápido en América, en relación con la educación
popular, y más lento en Europa, pero imparable. Acepté el término y la
ideología que lo sustenta y he intentado, desde hace muchos años, ser
educomunicador con todas sus consecuencias.
La educomunicación solamente se
puede entender en un contexto de cambio cultural, revolucionario, dialógico,
que nunca se acaba, dialéctico, global, interactivo, que adquiere su pleno
sentido en la educación popular, en la que comunicadores/educadores y
receptores/alumnos, enseñan y aprenden al mismo tiempo, pues son
alternativamente emisores y receptores. La relación pedagógica se convierte en
una situación de aprendizaje compartido entre los que se comunican entre
sí y que, al hacerlo, construyen el hecho educativo, cuyo principal objetivo es
el de desarrollar un pensamiento crítico ante la situación del mundo y sus
mensajes.
Quienes nos consideramos
educadores basamos nuestra acción en la relación con otras personas, en la
comunicación con los demás. Las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación, sin duda nos ayudan a ello, aportan nuevas visiones y contactos
y, sobre todo, son un desafío para nosotros. Los nuevos ciberespacios
educativos implican un avance espectacular y al mismo tiempo nos obligan a los
educomunicadores a ser más conscientes del sentido dialógico, solidario,
personal e intercultural y diferenciar claramente la comunicación del terreno
de los aparatos, programas y cachivaches para centrarlo en los procesos
sociales y personales, en la reflexión colectiva, en la participación y en la
búsqueda común y creativa de soluciones a los problemas cercanos y lejanos del
mundo.
Esto nos obliga a tener en cuenta
también la importancia mediadora de los medios, hoy fundamentalmente los que
utilizan la tecnología digital, y la convergencia de diferentes lenguajes, en
un mundo globalizado económicamente, en el que hay conceptos, contenidos y
estructuras que no pueden ser ajenas a la red, a la interacción, a la
interculturalidad, al trasvase vertiginoso de la información, a estructuras no
lineales y a la responsabilidad de los usuarios como productores de
información.
La educomunicación, ayuda,
además, a dirigir la mirada en los principales problemas del mundo: la
participación de todas las personas, la defensa de los derechos humanos,
la multiculturalidad, el medio ambiente, la paz, la libertad de expresión y de
comunicación...
El Grupo Comunicar, desde
1986, ha sido un punto de encuentro y dinamización de quienes en todo el mundo
se plantan la importancia de la educación y la comunicación como procesos de
cambio.
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