La escuela es un escenario privilegiado para la construcción de lazos de pertenencia toda vez que se erige como lugar habitable, sin distinción.
Es el espacio simbólico donde prima la promesa de un nosotros que rompe con la instantaneidad de la individualización.
En este lúcido ensayo la autora
reflexiona sobre la importancia de que la escuela se constituya en soporte
emocional, en el contexto de una pedagogía del trauma. Destaca el carácter socialmente
construido de los estados afectivos y la capacidad de la escuela de fabricar
una cultura emocional al servicio de la solidaridad y la fraternidad.
La utopía de la justicia escolar
opera como contrapeso simbólico frente a la desigualdad que se evidencia en las
sociedades que vivimos. La institución escolar es un territorio simbólico de
esperanza, cuyo horizonte es la igualación. La experiencia de escolarización inédita
que toca transitar a partir de la irrupción de la pandemia mundial por el virus
Sars-CoV2 nos conduce a la pregunta por las oportunidades que tiene la escuela
para transformarse en un espacio intergeneracional de tramitación individual y
colectiva del sufrimiento social. Incluso la postpandemia necesitará mecanismos
y prácticas pedagógicas a fin de generar las condiciones que ayuden a elaborar
la emotividad cargada de dolor social.
Es preciso asumir que todas y
todos estamos profundamente conmovidos por la experiencia de trauma social.
Esta pandemia nos fuerza a comprender e intervenir en la afectación
socio-subjetiva de los procesos de escolarización, superando la tradicional
escisión entre las culturas académica y afectiva. Tal vez ha llegado el tiempo
de rebasar la dicotomía entre la construcción del conocimiento disciplinar y la
de la afectividad. De hecho, la producción del currículum y las formas de
socialización se estructuran a través de circuitos afectivos que trazan horizontes
de posibilidad.
Texto: (click)
CARINA V. KAPLAN: Titular de Sociología de la Educación en
la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de La Plata
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