«Yo tengo la idea de que cuando
un hombre ríe, la mayoría de las veces es una cosa que repugna contemplar. La
risa manifiesta de ordinario en las personas un no sé qué de vulgar y de
envilecedor, aunque el que ríe casi nunca sepa nada de la impresión que está
produciendo. Lo ignora, lo mismo que se ignora por lo general la cara que se
tiene durmiendo. Hay durmientes que cuyo rostro sigue pareciendo inteligente, y
otros, inteligentes por lo demás, que, al dormirse, adquieren un rostro
estúpido y hasta ridículo. Ignoro a qué se debe eso: quiero decir solamente que
el reidor, como el durmiente, lo más ordinario es que no sepa nada de su
rostro. Hay una multitud extraordinaria de hombres que no saben reír en
absoluto.
En realidad, no se trata de saber: es un don que no se adquiere. O
bien, para adquirirlo, es preciso rehacer la propia educación, hacerse mejor y
triunfar de sus malos instintos: entonces la risa de un hombre así podría muy
probablemente mejorarse. Hay una gente a la que su risa traiciona: uno se da cuenta
en seguida de lo que llevan en las entrañas. Incluso una risa indiscutiblemente
inteligente es a veces repulsiva. La risa exige ante todo franqueza, pero
¿dónde encontrar franqueza entre los hombres? La risa exige bondad, y la gente
ríe la mayoría de las veces malignamente. La risa franca y sin maldad, es la
alegría: ¿dónde encontrar la alegría en nuestra época y dónde encontrar a la
gente que sepa estar alegre? (…) La alegría de un hombre es su rasgo más
revelador, juntamente con los pies y las manos. Hay caracteres que uno no llega
a penetrar, pero un día ese hombre estalla en una risa bien franca, y he aquí
de golpe todo su carácter desplegado delante de uno. Tan sólo las personas que
gozan del desarrollo más elevado y más feliz pueden tener una alegría
comunicativa, es decir, irresistible y buena.
No quiero hablar del desarrollo
intelectual, sino del carácter, del conjunto del hombre. Por eso si
quieren ustedes estudiar a un hombre y conocer su alma, no presten atención a
la forma que tenga de callarse, de hablar, de llorar, o a la forma en que se
conmueva por las más nobles ideas. Miradlo más bien cuando ríe. Si ríe
bien, es que es bueno. Y observad con atención todos los matices: hace falta
por ejemplo que su risa no os parezca idiota en ningún caso, por alegre e
ingenua que sea.
En cuanto notéis el menor rasgo de estupidez en su risa,
seguramente es que ese hombre es de espíritu limitado, aunque esté hormigueando
de ideas. Si su risa no es idiota, pero el hombre, al reír, os ha parecido de
pronto ridículo, aunque no sea más que un poquitín, sabed que ese hombre no
posee el verdadero respeto de sí mismo o por lo menos no lo posee
perfectamente. En fin, si esa risa, por comunicativa que sea, os parece sin
embargo vulgar, sabed que ese hombre tiene una naturaleza vulgar, que todo lo
que hayáis observado en él de noble y de elevado era o contrahecho y ficticio o
tomado a préstamo inconscientemente, y de manera fatal tomará un mal camino más
tarde, se ocupará de cosas “provechosas” y rechazará sin piedad sus ideas
generosas como errores y tonterías de la juventud.
No inserto sin intención aquí
esta larga parrafada sobre la risa, sacrificándole la coherencia al relato; la
considero como una de las más serias conclusiones que yo haya extraído de la
vida. (…) No comprendo más que una cosa: que la risa es la prueba más segura de
un alma. Mirad a un niño; ciertos niños saben reír a la perfección, y por eso
son irresistibles. Un niño que llora me resulta odioso, pero el que ríe y se
alegra es un rayo del paraíso, una revelación del porvenir en el que el hombre
llegará a ser, por fin, tan puro e ingenuo como un niño.»
Fiódor Dostoievski
El Adolescente
Fuente: Calle del Orco
Fuente: Calle del Orco
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