“En nuestras
barriadas populares urbanas tenemos camadas enteras de jóvenes cuyas cabezas
dan cabida a la magia y a la hechicería, a las culpas cristianas y a
intolerancia piadosa, lo mismo que a utópicos sueños de igualdad y libertad,
indiscutibles y legítimos, así como a sensaciones de vacío, ausencia de
ideologías totalizadoras, fragmentación de la vida y tiranía de la imagen fugaz
y el sonido musical como lenguaje único de fondo”1.
F. Cruz Kronfly
1. Transformaciones de la sensibilidad y
des-ordenamiento cultural
¿Hay algo realmente nuevo en la juventud actual?. Y
si lo hay, ¿cómo pensarlo sin mixtificar tramposamente la diversidad social de
la juventud en clases, razas, etnias, regiones?. La respuesta a esas preguntas
pasa por aceptar la posibilidad de fenómenos trans-clasistas y
trans-nacionales, que a su vez son experimentados siempre en las modalidades y
modulaciones que introduce la división social y la diferencia cultural. Lo que
exige un trabajo de localización de la investigación, que no es el propósito
de este texto ya que lo que se propone es algo mucho más limitado: introducir
algunas cuestiones cuya ausencia han estado lastrando seriamente la
investigación, el debate y las políticas que conciernen a los jóvenes.
Para dibujar un primer campo de procesos en que se insertan
los cambios que experimentan los adolescentes y los jóvenes hoy voy a servirme
de dos reflexiones especialmente orientadoras. La primera es un libro de
Margaret Mead, la antropóloga quizá más influyente que han tenido los Estados
Unidos, publicado en inglés el año 70. La segundo corresponde a los
provocadores trabajos de Joshua Meyrowitz en los que estudia los cambios que
atraviesan las relaciones entre las formas humanas de comunicar y los modos de
ejercer la autoridad.
En su libro, Margaret Mead escribe: “nuestro pensamiento nos
ata todavía al pasado, al mundo tal como existía en la época de nuestra
infancia y juventud, nacidos y criados antes de la revolución electrónica, la
mayoría de nosotros no entiende lo que ésta significa. Los jóvenes de la nueva
generación, en cambio, se asemejan a los miembros de la primera generación
nacida en un país nuevo. Debemos aprender junto con los jóvenes la forma de dar
los próximos pasos; Pero para proceder así, debemos reubicar el futuro. A juicio
de los occidentales, el futuro está delante de nosotros. A juicio de muchos
pueblos de Oceanía, el futuro reside atrás, no adelante. Para construir una
cultura en la que el pasado sea útil y no coactivo, debemos ubicar el futuro
entre nosotros, como algo que está aquí listo para que lo ayudemos y protejamos
antes de que nazca, porque de lo contrario, será demasiado tarde”2.
Lo que ahí se nos plantea es la envergadura antropológica de
los cambios que atravesamos y las posibilidades de inaugurar escenarios y
dispositivos de diálogo entre generaciones y pueblos. Para ello la autora traza
un mapa de los tres tipos de cultura que conviven en nuestra sociedad.
Llama postfigurativa a la cultura que ella investigó como
antropóloga, y que es aquella en la que el futuro de los niños está por entero
plasmado en el pasado de los abuelos, pues la matriz de esa cultura se halla en
el convencimiento de que la forma de vivir y saber de los ancianos es inmutable
e imperecedera. Llama cofigurativa a la que ella ha vivido como
ciudadana norteamericana, una cultura en la que el modelo de los
comportamientos lo constituye la conducta de los contemporáneos, lo que le
permite a los jóvenes, con la complicidad de su padres, introducir algunos
cambios por relación al comportamiento de los abuelos. Finalmente llama prefigurativa a
una nueva cultura que ella ve emerger a fines de los años 60 y que caracteriza
como aquella en la que los pares reemplazan a los padres, instaurando una
ruptura generacional sin parangón en la historia, pues señala no un cambio de
viejos contenidos en nuevas formas, o viceversa, sino un cambio en lo que
denomina la naturaleza del proceso: la aparición de una
“comunidad mundial” en la que hombres de tradiciones culturales muy
diversas emigran en el tiempo,inmigrantes que llegan a una nueva era desde
temporalidades muy diversas, pero todos compartiendo las mismas leyendas y
sin modelos para el futuro. Un futuro que sólo balbucean los relatos de
ciencia-ficción en los que los jóvenes encuentran narrada su experiencia de
habitantes de un mundo cuya compleja heterogeneidad no se deja decir en las
secuencias lineales que dictaba la palabra impresa, y que remite entonces a un
aprendizaje fundado menos en la dependencia de los adultos que en la propia
exploración que los habitantes del nuevo mundo tecno-cultural hacen de la
imagen y la sonoridad, del tacto y la velocidad.
Además de “la esperanza del futuro”, los jóvenes constituyen
hoy el punto de emergencia de una cultura otra, que rompe tanto con la cultura
basada en el saber y la memoria de los ancianos, como en aquella cuyos
referentes aunque movedizos ligaban los patrones de comportamiento de los
jóvenes a los de padres que, con algunas variaciones, recogían y adaptaban los
de los abuelos. Al marcar el cambio que culturalmente atraviesan los jóvenes
como ruptura se nos están señalando algunas claves sobre los
obstáculos y la urgencia de comprenderlos, esto es sobre la envergadura
antropológica, y no sólo sociológica, de las transformaciones en marcha.
J. Meyrowitz apoya su trabajo en investigaciones históricas y
antropológicas sobre la infancia3, en las que se descubre cómo durante la Edad
Media y el Renacimiento los niños han vivido todo el tiempo revueltos con los
mayores, revueltos en la casa, en el trabajo, en la taberna y hasta en la cama,
y es sólo a partir del siglo XVII que la infancia como tal ha
empezado a tener existencia social. Ello merced en gran medida al declive de la
mortalidad infantil y a la aparición de la escuela primaria, en la que el
aprendizaje pasa de las prácticas a los libros, asociados a una
segmentación al interior de la sociedad que separa lo privado de lo público, y
que al interior de la casa misma instituye la separación entre el mundo de los
niños y el de los adultos. Desde el XVII hasta mediados del siglo XX el mundo
de los adultos había creado unos espacios propios de saber y de comunicación de
los cuales mantenía apartados a los niños, hasta el punto que todas las imágenes que
los niños tenían de los adultos eran filtradas por las imágenes que la propia
sociedad, especialmente a través de los libros escritos para niños, se hacía de
los adultos. Desde mediados de nuestro siglo esa separación de mundos se ha
disuelto, en gran medida por la acción de la televisión que, al transformar los
modos de circulación de la información en el hogar rompe el cortocircuito de
los filtros de autoridad parental . Afirma Meyrowitz: “Lo que hay de
verdaderamente revolucionario en la televisión es que ella permite a los más
jóvenes estar presentes en las interacciones de los adultos (...)"Es como
si la sociedad entera hubiera tomado la decisión de autorizar a los niños a
asistir a las guerras, a los entierros, a los juegos de seducción eróticos, a
los interludios sexuales, a las intrigas criminales. La pequeña pantalla les
expone a los temas y comportamientos que los adultos se esforzaron por
ocultarles durante siglos”4. Mientras la escuela sigue contando unas bellísimas
historias tanto de los padres de la patria como de los del hogar - héroes
abnegados y honestos, que los libros para niños corroboran- la televisión
expone cotidianamente los niños a la hipocresía y la mentira, al chantaje y la
violencia que entreteje la vida cotidiana de los adultos. Resulta bien
significativo que mientras los niños siguen gustando de libros para niños,
prefieren sin embargo - numerosas encuesta hablan de un 70 % y más- los
programas de televisión para adultos. Y ello porque al no exigir un código
complejo de acceso, como el que exige el libro, la televisión posibilita romper
la largamente elaborada separación del mundo adulto y sus formas de control.
Mientras el libro escondía sus formas de control en la complejidad de los temas
y del vocabulario, el control de la televisión exige hacer explícita la
censura. Y como los tiempos no están para eso, la televisión, o mejor la
relación que ella instituye de los niños y adolescentes con el mundo adulto, va
a reconfigurar radicalmente las relaciones que dan forma al hogar.
Es obvio que en ese proceso la televisión no opera por su propio
poder sino que cataliza y radicaliza movimientos que estaban en la sociedad
previamente, como las nuevas condiciones de vida y de trabajo que han minado la
estructura patriarcal de la familia: inserción acelerada de la mujer en el
mundo del trabajo productivo, drástica reducción del número de hijos,
separación entre sexo y reproducción, transformación en las relaciones de
pareja, en los roles del padre y del macho, y en la percepción que de sí misma
tiene la mujer. Es en ese debilitamiento social de los controles familiares
introducido por la crisis de la familia patriarcal donde se inserta el des-ordenamiento
cultural que refuerza la televisión. Pues ella rompe el orden de las
secuencias que en forma de etapas/edades organizaban el escalonado proceso del
aprendizaje ligado a la lectura y las jerarquías en que este se apoya. Y al
deslocalizar los saberes, la televisión desplaza las fronteras entre razón e
imaginación, saber e información, trabajo y juego.
Lo que hay de nuevo hoy en la juventud, y que se hace ya
presente en la sensibilidad del adolescente, es la percepción aun oscura y
desconcertada de una reorganización profunda en los modelos de socialización:
ni los padres constituyen el patron-eje de las conductas, ni las escuela es el
único lugar legitimado del saber, ni el libro es el centro que articula la
cultura. La lúcida mirada de M.Mead apuntó al corazón de nuestros miedos y
zozobras: tanto o más que en la palabra del intelectual o en las obras de arte,
es en la desazón de los sentidos de la juventud donde con más fuerza
se expresa hoy el estremecimiento de nuestro cambio de época.
2. Visibilidad social y cultural de la juventud en la
ciudad
Lo que el rápido mapa
trazado avizora es tanto la des-territorialización que atraviesan las
culturas, como el malestar en la cultura que experimentan los más
jóvenes en su radical replanteamiento de las formas tradicionales de
continuidad cultural: más que buscar su nicho entre las culturas ya legitimadas
por los mayores se radicaliza la experiencia de desanclaje5 que,
según A. Giddens, produce la modernidad sobre las particularidades de los mapas
mentales y las prácticas locales. Los cambios apuntan a la emergencia de
sensibilidades “desligadas de las figuras, estilos y prácticas de añejas
tradiciones que definen ‘la cultura’ y cuyos sujetos se constituyen a partir de
la conexión/desconexión con los aparatos”6. En la empatía de los jóvenes con la
cultura tecnológica, que va de la información absorbida por el adolescente en
su relación con la televisión a la facilidad para entrar y manejarse en la
complejidad de las redes informáticas, lo que está en juego es una nueva
sensibilidad hecha de una doble complicidad cognitiva y expresiva: es
en sus relatos e imágenes, en sus sonoridades, fragmentaciones y velocidades
que ellos encuentran su idioma y su ritmo. Estamos ante la formación de comunidades
hermenéuticas que responden a nuevos modos de percibir y narrar la
identidad, y de la conformación de identidades con temporalidades menos largas,
más precarias pero también más flexibles, capaces de amalgamar, de hacer
convivir en el mismo sujeto, ingredientes de universos culturales muy diversos.
Quizá ninguna otra figura
como la del flujo televisivo7 para asomarnos a las rupturas y
las formas de enganche que presenta la nueva experiencia cultural de
los jóvenes. La programación televisiva se halla fuertemente marcada, a la vez,
por la discontinuidad que introduce la permanente fragmentación
–cuyos modelos en términos estéticos y de rentabilidad se hallan en el
videoclip publicitario y el musical- y por la fluida mezcolanza que posibilita
el zapping, el control remoto, al televidente, especialmente al
televidente joven ante la frecuente mirada molesta del adulto, para armar “su
programa” con fragmentos o "restos" de deportes, noticieros,
concursos, conciertos o films. Más allá de la aparente democratización que
introduce la tecnología, la metáfora del zappar ilumina la escena
social: hay una cierta y eficaz travesía que liga los modos de ver desde los
que el televidente explora y atraviesa el palimpsesto de los géneros y los
discursos, con los modos nómadas de habitar la ciudad –los del emigrante al que
le toca seguir indefinidamente emigrando dentro de la ciudad a medida que se
van urbanizando las invasiones y valorizándose los terrenos, y sobre todo con
el trazado que liga los desplazamientos de la banda juvenil que constantemente
cambia sus lugares de encuentro a lo largo y ancho de la ciudad.
Y es que por la ciudad es
por donde pasan más manifiestamente algunos de los cambios de fondo que
experimentan nuestras sociedades: por el entrelazamiento entre la
expansión/estallido de la ciudad y el crecimiento/ densificación de los medios
masivos y las redes electrónicas. “Son las redes audiovisuales las que
efectúan, desde su propia lógica, una nueva diagramación de los espacios e
intercambios urbanos”8. La diseminación/ fragmentación de la ciudad densifica
la mediación y la experiencia tecnológica hasta el punto de sustituir, de
volver vicaria, la experiencia personal y social. Estamos habitando un
nuevo espacio comunicacional en el que “cuentan” menos los encuentros
y las muchedumbres que el tráfico, las conexiones, los flujos
y las redes. Estamos ante nuevos “modos de estar juntos” y unos
nuevos dispositivos de percepción que se hallan mediados por la televisión, el
computador, y dentro de muy poco por la imbricación entre televisión e
informática en una acelerada alianza entre velocidades audiovisuales e
informacionales. Los ingenieros de lo urbano ya no están interesados en cuerpos
reunidos, los prefieren interconectados. Mientras el cine catalizaba la
“experiencia de la multitud” en la calle, pues era en multitud que los
ciudadanos ejercían su derecho a la ciudad, lo que ahora cataliza la televisión
es por el contrario la “experiencia doméstica” y domesticada: es desde la
casa que la gente ejerce ahora cotidianamente su conexión con la ciudad.
Mientras del pueblo que se tomaba la calle al público que
iba al cine la transición era transitiva, y conservaba el carácter colectivo de
la experiencia, de los públicos de cine a lasaudiencias de televisión el
desplazamiento señala una profunda transformación: la pluralidad social
sometida a la lógica de la desagregación hace de la diferencia una mera
estrategia del rating: es de ese cambio que la televisión es la principal
mediación. Pues constituida en el centro de las rutinas que ritman lo
cotidiano, en dispositivo de aseguramiento de la identidad individual, y en
terminal del videotexto, la vídeo compra, el correo electrónico y la teleconferencia,
la televisión convierte el espacio doméstico en el más ancho territorio
virtual: aquel al que, como afirma certeramente Virilio, "todo llega sin
que haya que partir".
A la inseguridad que ese
descentramiento del modo de habitar implica, la ciudad añade hoy la expansión
del anonimato propio del no-lugar9: ese espacio –centros comerciales,
autopistas, aeropuertos- en que los individuos son liberados de toda carga de
identidad interpeladora y exigidos únicamente de interacción con informaciones
o textos. En el supermercado usted puede hacer todas sus comprassin tener
que identificarse, sin hablar con, ni ser interpelado por, nadie. Mientras
las "viejas" carreteras atravesaban las poblaciones convirtiéndose en
calles, contagiando al viajero del "aire del lugar", de sus colores y
sus ritmos, la autopista, bordeando los centros urbanos, sólo se asoma a ellos
a través de los textos de las vallas que "hablan" de los productos
del lugar y de sus sitios de interés. No puede entonces resultar extraño que
las nuevas formas de habitar la ciudad del anonimato, especialmente por las
generaciones que han nacido con esa ciudad, sea agrupándose en tribus10 cuya
ligazón no proviene ni de un territorio fijo ni de un consenso racional y
duradero sino de la edad y del género, de los repertorios estéticos y los
gustos sexuales, de los estilos de vida y las exclusiones sociales. Enfrentando
la masificada diseminación de sus anonimatos, y fuertemente conectada a las
redes de la cultura-mundo de la información y el audiovisual, la heterogeneidad
de las tribus urbanas nos descubre la radicalidad de las transformaciones que
atraviesa el nosotros, la profunda reconfiguración de la sociabilidad
3. Tecnologías y palimpsestos de identidad
Utilizo la metáfora
del palimpsesto para aproximarme a la comprensión de un tipo de
identidad que desafía tanto nuestra percepción adulta como nuestros cuadros de
racionalidad, y que se asemeja a ese texto en que un pasado borrado emerge
tenazmente, aunque borroso, en las entrelíneas que escriben el presente. Es la
identidad que se gesta en el movimiento des-territorializador que atraviesan
las demarcaciones culturales pues, desarraigadas, las culturas tienden
inevitablemente a hibridarse.
Ante el desconcierto de los
adultos vemos emerger una generación formada por sujetos dotados de una
“plasticidad neuronal” y elasticidad cultural que, aunque se asemeja a
una falta de forma, es más bien apertura a muy diversas formas,
camaleónica adaptación a los más diversos contextos y una enorme facilidad para
los “idiomas” del vídeo y del computador, esto es para entrar y manejarse en la
complejidad de las redes informáticas. Los jóvenes articulan hoy las
sensibilidades modernas a las posmodernas en efímeras tribus que se mueven por
la ciudad estallada o en las comunidades virtuales, cibernéticas. Y frente a
las culturas letradas - ligadas estructuralmente al territorio y a la lengua- las
culturas audiovisuales y musicales rebasan ese tipo de adscripción
congregándose en comunas hermenéuticas que responden a nuevas maneras
de sentir y expresar la identidad, incluida la nacional. Estamos ante
identidades más precarias y flexibles, de temporalidades menos largas y dotadas
de una flexibilidad que les permite amalgamar ingredientes provenientes de
mundos culturales distantes y heterogéneos, y por lo tanto atravesadas por
dis-continuidades en las que conviven gestos atávicos con reflejos modernos,
secretas complicidades con rupturas radicales.
Quizás sea el fenómeno
del rock en español el que resulte más sintomático de los cambios que
atraviesa la identidad en los más jóvenes. Identificado con el
imperialismo cultural y los bastardos intereses de las multinacionales durante
casi veinte años, el rock ha adquirido, desde los años 80, una capacidad
especial de traducir la brecha generacional y algunas
transformaciones claves en la cultura política de nuestros países.
Transformaciones que convierten al rock en vehículo de una conciencia dura de
la descomposición de los países, de la presencia cotidiana de la muerte en las
calles, de la sin salida laboral y la desazón moral de los jóvenes, de la
exasperación de la agresividad y lo macabro11. El movimiento del rock
latino rompe con la mera escucha juvenil para despertar creatividades
insospechadas de mestizajes e hibridaciones: tanto de lo cultural con lo
político como de las estéticas transnacionales con los sones y ritmos más
locales. De Botellita de Jerez a Maldita Vecindad,
Caifanes o Café Tacuba en México, Charly Garcia, Fito
Paez o los Enanitos verdes y Fabulosos Cádillac en
Argentina, hasta Estados Alterados y Aterciopelados en
Colombia. “En tanto afirmación de un lugar y un territorio, este rock es a la
vez propuesta estética y política. Uno de los ‘lugares’ donde se construye la
unidad simbólica de América Latina, como lo ha hecho la salsa de Rubén Blades,
las canciones de Mercedes Sosa y de la Nueva Trova Cubana, lugares desde donde
se miran y se construyen los bordes de lo latinoamericano” afirma una joven
investigadora colombiana12. Que se trata no de meros fenómenos
locales/nacionales sino de lo latinoamericano como un lugar de
pertenencia y de enunciación específico, lo prueba la existencia del canal
latino de MTV, en el que se hace presente, junto a la musical, la creatividad
audiovisual en ese género híbrido, global y joven por excelencia que
es el videoclip.
Atravesado por los
movimientos que le impone el mercado, desde las disqueras a la radio, en el
rock latino se superan las subculturas regionales en una integración
ciertamente mercantilizada pero en la que se hacen audibles las percepciones
que los jóvenes tienen hoy de nuestras ciudades: de sus ruidos y sus sones, de
la multiplicación de las violencias y del más profundo desarraigo. Sin olvidar
ese otro fenómeno cultural que son las mezclas de las músicas étnicas y
campesino-populares con ritmos, instrumentos y sonoridades de la modernidad
musical como los teclados, el saxo y la batería. Ahí el “viejo folklor” no se
traiciona ni deforma sino que se transforma volviéndose más universalmente
iberoamericano. Aunque producto en buena medida de los medios masivos
y de la escenografía de tecnológica de los conciertos esas nuevas músicas
vuelven definitivamente urbanae internacional una música cuyo
ámbito de origen fue el campo y la provincia.
4. Nuevos lenguajes y formación de ciudadanos
La aparición de un ecosistema
comunicativo se está convirtiendo para nuestras sociedades en algo tan
vital como el ecosistema verde, ambiental13. La primera manifestación de ese
ecosistema es la multiplicación y densificación cotidiana de las tecnologías
comunicativas e informacionales, pero su manifestación más profunda se halla en
las nuevas sensibilidades, lenguajes y escrituras que las tecnologías catalizan
y desarrollan. Y que se hacen más claramente visibles entre los más jóvenes: en
sus empatías cognitivas y expresivas con las tecnologías, y en los nuevos modos
de percibir el espacio y el tiempo, la velocidad y la lentitud, lo lejano y lo
cercano. Se trata de una experiencia cultural nueva, o como W. Benjamin lo
llamó, un sensorium nuevo, unos nuevos modos de percibir y de sentir,
de oír y de ver, que en muchos aspectos choca y rompe con el sensorium de los
adultos. Un buen campo de experimentación de estos cambios y de su capacidad de
distanciar a la gente joven de sus propios padres se halla en la velocidad y la
sonoridad. No solo en la velocidad de los autos, sino en la de las imágenes, en
la velocidad del discurso televisivo, especialmente en la publicidad y los
videoclips, y en la velocidad de los relatos audiovisuales. Y lo mismo sucede
con la sonoridad, con la manera como los jóvenes se mueven entre las nuevas
sonoridades: esas nuevas articulaciones sonoras que para la mayoría de los
adultos marcan la frontera entre la música y el ruido, mientras para los
jóvenes es allí donde empieza su experiencia musical.
Una segunda dinámica, que
hace parte del ecosistema comunicativo en que vivimos, se anuda pero desborda
el ámbito de los grandes medios, se trata de la aparición de un entorno
educacional difuso y descentrado en el que estamos inmersos. Un entorno de
información y de saberes múltiples, y descentrado por relación al sistema
educativo que aun nos rige, y que tiene muy claros sus dos centros en la
escuela y el libro. Las sociedades han centralizado siempre el saber, porque el
saber fue siempre fuente de poder, desde los sacerdotes egipcios hasta los
monjes medievales o los asesores de los políticos actualmente. Desde los
monasterios medievales hasta las escuelas de hoy el saber ha conservado ese
doble carácter de ser a la vez centralizado y personificado en figuras sociales
determinadas: al centramiento que implicaba la adscripción del saber a unos
lugares donde circulaba legítimamente se correspondían unos personajes que
detentaban el saber ostentando el poder de ser los únicos con capacidad de
leer/interpretar el libro de los libros. De ahí que una de las
transformaciones más de fondo que puede experimentar una sociedad es aquella
que afecta los modos de circulación del saber. Y es ahí que se sitúa la segunda
dinámica que configura el ecosistema comunicativo en que estamos inmersos: es
disperso y fragmentado como el saber puede circular por fuera de los lugares sagrados que
antes lo detentaban y de las figuras sociales que lo administraban.
La escuela ha dejado de ser
el único lugar de legitimación del saber, pues hay una multiplicidad de saberes
que circulan por otros canales y no le piden permiso a la escuela para
expandirse socialmente. Esta diversificación y difusión del saber, por fuera de
la escuela, es uno de los retos más fuertes que el mundo de la comunicación le
plantea al sistema educativo. Frente al maestro que sabe recitar muy bien su
lección hoy se sienta un alumno que por ósmosis con el medio-ambiente
comunicativo se halla “empapado” de otros lenguajes, saberes y escrituras que
circulan por la sociedad. Saberes-mosaico, como los ha llamado A. Moles14, por
estar hechos de trozos, de fragmentos, que sin embargo no impiden a los jóvenes
tener con frecuencia un conocimiento más actualizado en física o en geografía
que su propio maestro. Lo que está acarreando en la escuela no una apertura a
esos nuevos saberes sino un fortalecimiento del autoritarismo, como reacción a
la pérdida de autoridad que sufre el maestro, y la descalificación de los
jóvenes como cada día más frívolos e irrespetuosos con el sistema del saber
escolar.
Y sin embargo lo que
nuestras sociedades están reclamando al sistema educativo es que sea capaz de
formar ciudadanos y que lo haga con visión de futuro, esto es para los mapas
profesionales y laborales que se avecinan. Lo que implica abrir la escuela a la
multiplicidad de escrituras, de lenguajes y saberes en los que se producen las
decisiones. Para el ciudadano eso significa aprender a leer/descifrar un
noticiero de televisión con tanta soltura como lo aprende hacer con un texto
literario. Y para ello necesitamos una escuela en la que aprender a leer
signifique aprender a distinguir, a discriminar, a valorar y escoger donde y
cómo se fortalecen los prejuicios o se renuevan las concepciones que tenemos de
la política y de la familia, de la cultura y de la sexualidad. Necesitamos una
educación que no deje a los ciudadanos inermes frente a las poderosas
estratagemas de que hoy disponen los medios masivos para camuflar sus intereses
y disfrazarlos de opinión pública.
De ahí la importancia
estratégica que cobra hoy una escuela capaz de un uso creativo y crítico de los
medios audiovisuales y las tecnologías informáticas. Pero ello sólo será
posible en una escuela que transforme su modelo (y su praxis) de comunicación,
esto es que haga posible el tránsito de un modelo centrado en la secuencia
lineal - que encadena unidireccionalmente grados, edades y paquetes
de conocimiento- a otro descentrado y plural, cuya clave es
el “encuentro” del palimpsesto y el hipertexto. Pues como ante afirmé
el palimpsesto es ese texto en el que un pasado borrado emerge
tenazmente, aunque borroso, en las entrelíneas que escriben el presente; y
el hipertexto es una escritura no secuencial, un montaje de
conexiones en red que, al permitir/exigir una multiplicidad de recorridos,
transforma la lectura en escritura. Mientras el tejido del palimpsestonos
pone en contacto con la memoria, con la pluralidad de tiempos que carga, que
acumula todo texto, el hipertexto remite a la enciclopedia, a las
posibilidades presentes de intertextualidad e intermedialidad. Doble e
imbricado movimiento que nos está exigiendo sustituir el lamento moralista por
un proyecto ético: el del fortalecimiento de la conciencia histórica, única
posibilidad de una memoria que no sea mera moda retro ni evasión a
las complejidades del presente. Pues sólo asumiendo la tecnicidad
mediática como dimensión estratégica de la cultura es que la escuela puede
hoy interesar a la juventud e interactuar con los campos de
experiencia que se procesan esos cambios: desterritorialización / relocalización
de las identidades, hibridaciones de la ciencia y el arte, de las literaturas
escritas y las audiovisuales: reorganización de los saberes y del mapa de los
oficios desde los flujos y redes por los que hoy se moviliza no
sólo la información sino el trabajo, el intercambio y la puesta en común de
proyectos, de investigaciones científicas y experimentaciones estéticas. Sólo
haciéndose cargo de esas transformaciones la escuela podrá interactuar con
las nuevas formas de participación ciudadana que el nuevo entorno
comunicacional le abre hoy a la educación.
Por eso uno de los más
graves retos que el ecosistema comunicativo le hace a la educación reside en
planearle una disyuntiva insoslayable: o su apropiación por la mayoría o el
reforzamiento de la división social y la exclusión cultural y política que él
produce. Pues mientras los hijos de las clases pudientes entran en interacción
con el ecosistema informacional y comunicativo desde el computador y los
videojuegos que encuentran en su propio hogar, los hijos de las clases
populares - cuyas escuelas públicas no tienen, en su inmensa mayoría, la más
mínima interacción con el entorno informático, siendo que para ellos la escuela
es el espacio decisivo de acceso a las nuevas formas de conocimiento- están quedando
excluidos del nuevo espacio laboral y profesional que la actual cultura
tecnológica ya prefigura.
Abarcando la educación
expandida por el ecosistema comunicativo y la que tiene lugar en la escuela, el
chileno Martín Hopenhayn traduce a tres objetivos básicos los “códigos de
modernidad”15. Esos objetivos son: formar recursos humanos, construir ciudadanos y
desarrollar sujetos autónomos. En primer lugar, la educación no puede
estar de espaldas a las transformaciones del mundo del trabajo, de los nuevos
saberes que la producción moviliza, de las nuevas figuras que recomponen
aceleradamente el campo y el mercado de las profesiones. No se trata de
supeditar la formación a la adecuación de recursos humanos para la producción,
sino de que la escuela asuma los retos que las innovaciones tecno-productivas y
laborales le plantean al ciudadano en términos de nuevos lenguajes y
saberes. Pues sería suicida para una sociedad alfabetizarse sin tener en cuenta
el nuevo país que productivamente está apareciendo. En segundo lugar,construcción
de ciudadanos significa que la educación tiene que enseñar a leer
ciudadanamente el mundo, es decir tiene que ayudar a crear en los jóvenes una
mentalidad crítica, cuestionadora, desajustadora de la inercia en que la gente
vive, desajustadora del acomodamiento en la riqueza y de la resignación en la
pobreza. Es mucho lo que queda por movilizar desde la educación para renovar la
cultura política, de manera que la sociedad no busque salvadores sino
genere sociabilidades para convivir, concertar, respetar las reglas del juego
ciudadano, desde las de tráfico hasta las del pago de impuestos. Y en tercer
lugar la educación es moderna en la medida en que sea capaz de desarrollar
sujetos autónomos. Frente a una sociedad que masifica estructuralmente, que
tiende a homogeneizar incluso cuando crea posibilidades de diferenciación, la
posibilidad de ser ciudadanos es directamente proporcional al desarrollo de los
jóvenes como sujetos autónomos, tanto interiormente como en sus tomas de
posición. Y libre significa jóvenes capaces de saber leer/descifrar la
publicidad y no dejarse masajear el cerebro, jóvenes capaces de tomar distancia
del arte de moda, de los libros de moda, que piensen con su cabeza y no con las
ideas que circulan a su alrededor.
Si las políticas sobre
juventud no se hacen cargo de los cambios culturales que pasan hoy
decisivamente por los procesos de comunicación e información están
desconociendo lo que viven y cómo viven los jóvenes, y entonces no habrá
posibilidad de formar ciudadanos, y sin ciudadanos no tendremos ni sociedad
competitiva en la producción ni sociedad democrática en lo político.
Notas:
1.
F.Cruz
Cronfly, La sombrilla planetaria, p.60, Planeta,Bogotá,1994
2.
M.Mead, Cultura
y compromiso, ps 105 y 106, Granica, Buenos Aires,1971.
3. Ph.Ariés, L’enfant
et la vie familial sous l’Ancien Regime,Plon,Paris, 1960; M-Mead, Chlidwood
in Contemporary Cultures, University of Chicago, Press,1955
4. J.
Meyrowitz, No Sense of Place,p. 447, University of New
Hamsphire,1992
5.
A.
Giddens, Consecuencias de la modernidad, p.32 y ss, Alianza,
Madrid,1994
6.
S.
Ramirez/S. Muñoz, Trayectos del consumo, p.60, Univalle, Cali,
1995; S.Ramirez, “Cultura, tecnologías y sensibilidades juveniles”, Nomadas, Nº
4, Bogotá,1996
7.
G. Barlozzetti
(Ed.), Il Palinsesto: testo, apparati y géneri della televisione,
Franco Angeli, Milano, 1986
8.
N. Garcia
Canclini, “Culturas de la ciudad de México: símbolos colectivos y usos del
espacio urbano”, in El consumo cultural en México p.49,
Conaculta, México, 1993
9.
M.
Augé, Los “no lugares”. Espacios del anonimato, Gedisa,
Barcelona, 1993
10.
Ver a ese
respecto: M. Maffesoli, El tiempo de las tribus, Icaria,
Barcelona,1990; J.M. Perez Tornero y otros, Tribus urbanas: el ansia de
identidad juvenil, Paidos, Barcelona, 1996
11.
L. Brito
Garcia, El imperio contracultural. Del rock a la postmodernidad, Nueva
sociedad, Caracas, 1994
12.
A.
Rueda, Representaciones de lo latinoamericano: memoria, territorio y
transnacionalidad en el videoclip del rock latino”, Tesis,Univalle,Cali,
1998
13.
J. Martín
Barbero, “Heredando el futuro. Pensar la educación desde la
comunicación”, Nómadas N· 5, Bogotá,1996
14.
A.
Moles, Sociodinámica de la cultura, Paidos, Buenos Aires, 1978
15.
M.
Hopenhayn, “La enciclopedia vacía. Desafíos del aprendizaje en tiempo y espacio
multimedia”, Nómadas N· 9, ps.10-18, Bogotá, 1998
__________________________________
Es Maestro en Antropología
egresado en la Escuela de Antropología e Historia de la Universidad Nacional
Autónoma de México. Es autor de numerosos artículos y libros, entre los que se
encuentran: "Cultura urbano y movimientos sociales" editado en
1998" y co-autor de "Territorio y Cultura en la Ciudad de México"
(1999).