“Ya no es necesario que los fines justifiquen los medios.
Ahora, los medios, los medios masivos de comunicación,
justifican los fines de un sistema de poder
que impone sus valores en escala plantearía.
El Ministerio de Educación del gobierno mundial está en pocas manos.
Nunca tantos habían sido incomunicados por tan pocos”
EDUARDO GALEANO
En el siguiente artículo, el escritor uruguayo Eduardo Galeano aborda el problema de la concentración del poder de los medios de comunicación en el mundo y sus dramáticas consecuencias, especialmente para los países periféricos, como Argentina.
El mundo nunca ha
sido tan desigual económicamente ni tan igualizador en cambio en relación con
las ideas y la moral. Hay una uniformidad obligatoria, hostil a la diversidad
cultural del planeta. La nivelación cultural ni siquiera puede medirse. Los
medios de comunicación de la era electrónica al servicio de la incomunicación
humana están imponiendo la adoración unánime de los valores de la sociedad
neoliberal.
Jamás la tecnología
de las comunicaciones estuvo perfeccionada; y sin embargo nuestro mundo se
parece cada día más a un reino de mudos. La propiedad de los medios masivos se
concentra más y más en pocas manos; los medios dominantes están controlados por
un puñado de poderosos que tienen el poder para dirigirse al mayor número de
ciudadanos a través del planeta. Nunca antes tantos hombres fueron mantenidos
en la incomunicación por un grupo tan pequeño.
El número de
aquellos que tienen derecho a escuchar y a mirar no cesa de aumentar, mientras
que se reduce vertiginosamente la cantidad de los que poseen el privilegio de
informar, de expresarse, de crear. La dictadura única, impone en todas partes
un mismo modo de vida, y confiere el título de ciudadano ejemplar al consumidor
dócil, a escala planetaria, con arreglo a un modelo propuesto para la televisión
comercial norteamericana. (...)
En ese mismo mundo
sin alma que nos presentan los medios como el único posible, los mercados han
sustituido a los pueblos; los consumidores a los ciudadanos, las empresas a las
naciones y a las ciudades. Las competencias comerciales a las relaciones
humanas. Nunca antes la economía mundial fue tan poco democrática, y jamás el
mundo más escandalosamente injusto. Las desigualdades, según las cifras de las
Naciones Unidas y el Banco Mundial, se han duplicado.
Ese mundo de
finales de siglo, paradisíaco para algunos e infernal para la mayoría está
marcado con hierro rojo por una paradoja. En primer lugar, la economía mundial
necesita un mercado en perpetua expansión para que las tasas de beneficio no se
desplomen. Al propio tiempo precisa, por idénticas razones, de brazos que
trabajen a precios de miseria en los países del Sur y del Este.
Segunda paradoja,
corolario de la primera: el Norte dicta, de manera cada vez más autoritaria,
órdenes a esos países del Sur y del Este para que importen y consuman más, pero
lo que en ellos se multiplica son las mafias, la corrupción y la inseguridad.
Las neo-sociedades de consumo emiten mensajes de muerte. La varita mágica de
los créditos, la deuda externa que se hincha hasta la explosión permite
procurar nuevos productos inútiles a la mayoría de los consumidores. La
televisión se encarga de transformar en necesidades reales las demandas
artificiales que el Norte inventa sin cesar y que expande exitosamente en todo
el mundo. Incluso, en las heladas aguas del mercado, los náufragos son más
numerosos que los que disfrutan de la travesía.
Para los millones
de jóvenes del Sur condenados al desempleo o a salarios de miseria, la
publicidad no estimula la demanda sino la violencia. Los medios lo repiten sin
cesar: "Quien no tiene nada no es nadie. Quien no tiene un auto o zapatos
de marca no existe, es un deshecho". Así se les impone el culto al consumo
a millones de alumnos en la escuela del crimen.
La televisión
propone un servicio completo. El crimen es el espectáculo más preciado de la
pequeña pantalla. "Golpea antes de que seas golpeado", aconsejan los
juguetes electrónicos. "Estás solo, no cuentes más que contigo
mismo"... "Tu también puedes matar"...
Los medios
dominantes presentan la actualidad como un espectáculo fugaz, ajeno a la
realidad, vacío de memoria; ayudan a ahondar en las desigualdades. Todavía la
pobreza suscita pena, pero cada vez menos indignación; se expande la idea de
que los pobres son resultado del azar o el fruto de la fatalidad. Hace 20 años
se percibía la pobreza como consecuencia de la injusticia, pero ahora "es
el justo castigo que merece la ine-ficiencia" o "una manifestación del
orden natural de las cosas". (...)
Carros invencibles,
jabones portentosos, perfumes excitantes, analgésicos mágicos: a través de la
pequeña pantalla el mercado hipnotiza al ciudadano consumidor. Pero a veces
entre spot y spot, la televisión coloca algunas imágenes de hambruna y de
guerra. Esos horrores, esas fatalidades, llegan de otro mundo, del infierno, y
sólo subrayan el carácter paradisíaco de la sociedad de consumo. (...)
Otro tanto cabe
decir con las imágenes de guerra. Se silencia también la herencia colonial;
idéntica impunidad para los inventores de las falsas fronteras que desgarraron
a Africa en más de 50 pedazos. Y para los traficantes de muerte del norte,
vendedores de armas que atizan las guerras en el sur.
Los amos de la
información, en la era de la informática, llaman comunicación al monólogo del
poder. La libertad de expresión universal consiste en actuar de manera que la
periferia del mundo obedezca a las órdenes que emite el centro sin tener
derecho a rechazar los valores impuestos por éste. La clientela de las
industrias culturales no tiene fronteras; es un supermercado de dimensión
mundial donde el control social se ejerce a escala planetaria.
Tal es el espejo
engañoso que enseña a los latinoamericanos a mirarse con los ojos d aquellos
que les desprecian y los condiciona a aceptar como destino una realidad que los
humilla. La ofensiva envilecedora de la incomunicación nos obliga a medir la
importancia del reto cultural. Hoy, más que nunca, hay que asumir ese reto
cuando los medios, en este final de siglo, quieren persuadirnos de que hay que
abandonar la esperanza como quien deja un caballo exhausto.-
EDUARDO GALEANO
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