viernes, 15 de octubre de 2021

Paulo Freire: 100 años

Por Andrés Pabón Lara

Pensar a Freire en la escuela hoy debe servir para pensar que no solamente hay que luchar contra la opresión, sino también contra la frustración, la desilusión y la resignación que le son consecuentes. Freire propone frente a esto la esperanza, pero se trata de una esperanza activa, y no de una contemplación aislada o pasiva. Pensar a Freire en la escuela hoy no debe ni puede limitarse a la conmemoración de una efeméride centenaria que se concentre en el pasado. 

El legado de Freire tiene urgente vigencia porque invita a pensar que si no queremos que nuestras palabras sean promesas vanas de un mundo mejor, si queremos aportar un grano de arena para la liberación de las y los estudiantes, debemos también salir de la escuela a imprimir nuestro saber pedagógico en la construcción de una opción política que ayude a concretar las alternativas reales de nuestra liberación. A cien años de su nacimiento, Freire sigue naciendo, no sólo en los libros o en las aulas, sino más allá, pues sigue siendo necesario como parte de un horizonte que está aún por venir. 

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martes, 5 de octubre de 2021

Trabajo Práctico - Escribir para decir quién soy

A lo largo de nuestra vida, en distintas situaciones compartidas con amigos/as, con gente que recién conocemos, en el analista, en diarios íntimos o de viajes, en escrituras dispersas, en entrevistas o diálogos con otras personas, contamos acerca de nuestra vida, hablamos de nosotros/as mismos/as, presentamos una imagen posible de nuestra vida para dar cuenta de nuestro yo. Escribimos o hablamos para presentar una imagen de nosotros/as mismos/as, damos cuenta de nuestra trayectoria vital para contar quiénes somos, de dónde venimos, cuál es el recorrido de nuestra identidad singular.

¿Cuántas veces nos preguntamos o nos preguntaron acerca de por qué elegimos ser docentes? ¿Cuántas veces contamos acerca de nuestra decisión profesional y tratamos de buscar explicaciones para esa elección de vida? ¿Cuántas veces buceamos en el pasado para tratar de encontrar algún signo que dé cuenta, como una epifanía, de ese momento, escena, experiencia que nos marcó y que estableció, de algún modo, la decisión posterior de estudiar un profesorado? ¿Y si escribiéramos ese relato, qué diríamos acerca de nuestra vida, cómo presentaríamos nuestra experiencia vital a otros/as?


Escrituras del yo y géneros

El diario es un género que tiene una larga historia. En la actualidad, muchos/as jóvenes llevan un diario pero ya no con un candado sino utilizando las herramientas tecnológicas como blogs o fotologs donde dan cuenta de sus experiencias. También las redes sociales funcionan como espacios donde se presenta la intimidad pero ya no secreta sino que se hace pública.

Otro género es la autobiografía, donde el que escribe construye un yo que se configura como un personaje inventado y, a la vez, es él mismo quien escribe. Es decir, hay una coincidencia entre quien escribe y acerca de quién se escribe. Así, los/as autores/as de autobiografías relatan sus vidas seleccionando aquellos hechos que consideran más interesantes y, de esta manera, de algún modo ficcionalizan a través del lenguaje sus experiencias de vida.

De allí que hoy hablemos de otro subgénero que es la autoficción, es decir, se trata de una autobiografía ficcionalizada, novelada, quien escribe acerca de su vida utiliza los recursos de la ficción, los procedimientos literarios de manera tal que narra su vida pero atravesada por la representación literaria.

La historia de vida es otro género dentro de los textos que pertenecen a las escrituras del yo pero ya no en forma escrita sino oral, es decir, se trata de una entrevista donde quien es entrevistado va haciendo presente el pasado a partir de su narración, de la rememoración de distintas instancias de su vida.

21 de julio de 1955

Despertar. Murmullo de pájaros. La ventana transmite una luminosidad tensa. Los pájaros continúan. Los siento enjaulados, por lo que me resulta desagradable su canto.

Conversaciones con mi madre. Hallo buena voluntad. Le muestro las reproducciones de Gauguin y Van Gogh. Le gustan. Sonríe ante los pechos descubiertos de las tahitianas. Acepta al arte y a los artistas, pero siempre que se den en otro planeta. Es decir, que no admite la posibilidad de mi realización literaria. ¡No! Son caprichos, vuelcos juveniles que ya pasarán cuando la experiencia nos traiga la expresión serena. Observa ingenuamente que yo tendría que pensar más profundamente. (¡Madre! ¡Diste justo!) Le explico que aún no es posible. No acepta mis explicaciones. ´No hay médico capaz de ayudarte, si no comienzas tú primero.´ (¡Madre! ¡Imposible!)

¿Cómo podría vivir sin este cuadernillo? ¡Imposible imaginarlo!

 Pizarnik, Alejandra (2003) Diarios. Buenos Aires: Lumen, p. 37.

Actividad: La propuesta es que escriban una autoficción como forma de presentarse ante los demás. Para ello pueden partir de las siguientes preguntas: ¿qué narrarían? ¿Qué información omitirían? ¿Cómo darían cuenta ficcionalmente de quiénes son? ¿Qué personaje de sí mismos/as construirían?

lunes, 4 de octubre de 2021

Ideas estéticas y literarias de Carlos Marx

Por Mario Goloboff 

Es sabido: dos de los autores más citados por Carlos Marx en todos sus escritos son Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. Menos difundido, pero igualmente conocido, es que manejaba casi todas las lenguas europeas, que releía con fruición a los clásicos griegos (una vez por año leía a Esquilo en su original griego), y que recitaba de memoria para su familia y amigos largos pasajes de La divina comedia, así como versos de Heine y de Goethe. Fuera del alemán, sus preferidos eran el poeta escocés Robert Burns, Walter Scott y Honorato de Balzac, y alguna vez se propuso que, terminadas sus obras económicas, escribiría un trabajo crítico sobre La comedia humana. Cuenta su hija menor, Eleanor: “A mí, y a mis hermanas antes, me leyó todo Homero, todo los Nibelungen LiedGudrunDon QuijoteLas mil y una noches, etc. Shakespeare era la Biblia de nuestra casa, siempre en boca de alguien y en manos de todos. Cuando cumplí seis años me sabía de memoria todas las escenas de Shakespeare”.


Estos eran, entre otros muy calificados, sus gustos personales, explicables por su inteligencia, su formación, su época. A ellos se sumaron opiniones, ya en un plano teórico, que los convalidaron, e inclinaron el fiel de la balanza hacia el clasicismo, la representación de la realidad en la obra de arte, el espejo correspondiente. No era difícil (ni necesario) deducir del conjunto una estética marxista, pero así se hizo. Omitiendo, olvidando, desviando algún concepto contradictorio. Tal, entre otros, el enigma que recorre su obra y que él jamás pudo resolver (ni otros marxistas): “La dificultad no es la de comprender que el arte griego y la epopeya están vinculados a ciertas formas del desarrollo social, sino que ellos nos procuran todavía un placer estético y que, desde muchos ángulos, representan para nosotros una norma, hasta un modelo inaccesible” (Grundisse, 1857: los planos o borradores de lo que iba a ser El Capital).

Por gustos también personales, por pereza mental, por escasa formación de buena parte de sus seguidores, se consagró sin más el realismo y la representación veraz de lo real como doctrina oficial, refrendados por ciertas páginas de Vladimir Ilich Lenin sobre León Tolstoi y por otras de teóricos estimados, como Gueorgui Plejánov, con su exploración del “equivalente social” en arte y en literatura. Para culminar viendo en la obra, aspectos múltiples de la vida económica y social expresados en un particular lenguaje. No se exploró, más bien se desechó, para hacerlo, la relación que podía existir entre esa estética que se desarrollaba como marxista, basada en un comportamiento humano específico, y las teorías y el pensamiento, no sólo estéticos, de Carlos Marx.

Sin embargo las ideas centrales de Marx que están en sus primeros textos de juventud (Manuscritos, de 1844), que recorren de modo permanente toda su obra, y que fundarían una nueva estética, son su concepción del hombre como trabajador y transformador de la realidad en medio del conjunto de la sociedad y sujeto a las relaciones que ella impone, exteriorizando, objetivando, manifestando en esa producción su propio ser, su situación de creación y, a la vez, de enajenación. Son esa concepción del hombre, de la historia y de la sociedad las que fundarían y constituirían los principios de una estética. Es ya en los Manuscritos donde para él el arte --como todo trabajo-- manifiesta la necesidad del hombre de objetivarse y, con ello, las de sus fuerzas primordiales, creadoras.

Esto abre la posibilidad de ver en el arte, dentro del todo de su concepción que muchos teóricos llaman “práctico productiva”, su carácter de actividad práctica y creadora. “El arte se presenta en esta concepción --explica Adolfo Sánchez Vázquez-- como una forma de actividad práctica, de la producción de objetos, y, en este sentido, se elaciona con el trabajo en cuanto que éste --como libre juego de las fuerzas espirituales y físicas del hombre-- pone de manifiesto cierto contenido estético. Se relaciona asimismo con el trabajo en cuanto producción de un nuevo objeto en el que se proyectan o expresan fuerzas esenciales humanas, y se pone de manifiesto un principio creador. La relación con el trabajo se manifiesta, en tercer lugar, en cuanto que, gracias a él, el hombre ha perfeccionado su capacidad de dominar la materia para imprimirle la forma adecuada a una función o necesidad humana, y ha podido elevarse así --sobre la base de la división social del trabajo-- a una actividad específica --el arte-- destinada a satisfacer la necesidad estética de imprimir a una materia la forma adecuada para expresar cierto contenido espiritual. El arte ha surgido, pues, sobre la base del trabajo humano y del desarrollo del principio estético o creador que ya se daba en él”.

¿Hasta qué punto es comprensible que de estas ideas naciera una estética del realismo como la que surgió? ¿Una estética cuyo fundamento era la teoría del reflejo, que vinculaba directamente un estilo de creación con los intereses de clase; en fin, que consagraba en arte (una actividad creadora) un método de creación o un estilo entre los muchos posibles, como la única expresión artística de izquierda? ¿O, para decirlo en términos más cercanos al marxismo, por qué designar e indicar una praxis artística determinada, convertida en la única posible para expresar los “contenidos” anticapitalistas y revolucionarios?

Como era natural que ocurriera en los países socialistas, y obviamente en los otros, esta concepción del arte como reflejo o representación verídica de la realidad tuvo más consecuencias en el plano teórico que en la práctica artística misma, la que siguió los caminos que la propia historia del arte iba encontrando cualesquiera fuesen las normas que la doctrina quisiera imponerle. Además, se hacía evidente que, considerados a la luz del pensamiento marxista el arte y la literatura, como actividades libres y creadoras, la estética no podía ser estrecha, uniforme, coercitiva. Afortunadamente, por encima y en contra de tales posiciones (estar en contra de estas ideas, numerosas veces costaba la vida) se alzaron creadores de talla (Maiakovsky, Picasso, Bertold Brecht y muchos otros, así como en América latina Juan Rulfo, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, nuestro Julio Cortázar) y no era gente a la que podía silenciarse.

La práctica artística se impuso sobre las teorías y enseñó, en su propio hacer, los principios de la libertad creadora y la esencia del arte de la creación: “...no se copia jamás la naturaleza --sostuvo Pablo Picasso--, no se la imita tampoco, se permite que unos objetos imaginados revistan apariencias reales. No se trata de partir de la pintura para llegar a la naturaleza: es de la naturaleza a la pintura que hay que ir. Hay pintores que transforman el sol en una mancha amarilla, pero hay otros que, gracias a su arte y a su inteligencia, transforman una mancha amarilla en sol”.

 * Mario Goloboff es escritor y docente universitario.