lunes, 24 de marzo de 2025

24 de marzo: Goles y silencios

Cuento Literario sobre la última Dictadura Cívico Militar

De nuevo se acercan. Los inhumanos hombres de fajina cruzan otra vez mi camino.
¿Podrá mi corazón soportar, de nuevo, ese delirio inclinado?

El asedio me aprieta.
Estoy envuelto en un techo sin luz, en una habitación sin aire, en un piso que parece no tener suelo. ¿Estaré flotando? ¿Estaré soñando?

Nuestra realidad nos traía la visión de días alegres, y más de una sombra dilecta se elevaba en nuestro impulso. Volvía a mí el primer amor y la amistad primera, tornándose nuevo el dolor, repitiéndose el lamento. ¿Estaré soñando?

Vibra mi dolor y me entra una nostalgia que no sentía desde hace mucho: los viejos, los hermanos, los amigos. El rígido corazón late suave y blando; vibra mi dolor para desconocidas muchedumbres. Ellos laten en cada gol, palpitan de alegría en cada triunfo, mientras la nostalgia de ayer se transforma en el jolgorio de hoy.

Al igual que un árbol podado, me sobrecoge un estremecimiento. Brotando lágrimas tras lágrimas. Las paredes, el encierro, la luz que no ilumina, el piso… ya lo había soñado. Y ahora ¿qué? Otra vez la asfixia y el ahogo.

Me llevan por un largo pasillo. Me sientan en una silla. Me atan las manos y me colocan una venda sucia sobre la vista. El clima de la habitación está frío, pero en mi cuerpo corre una sensación calurosa. En mi pecho retumban las palabras como estruendos.

Un militar se acerca, su respiración provoca un frío más hondo que el ambiente. Se ríe. Murmura con un hombre cercano. De forma abrupta, golpea la culata de su pistola contra mi rostro. El gusto amargo de la sangre se apodera de mi boca. Escupo. Otro golpe estalla en mi cabeza.

—¿Qué hice para que me hagan esto? ¡Hijos de mil putas! —vocifero con el poco aire que me queda.
—Mirá vos, qué pícaro. Se hace el pelotudo… o acaso no leés mierda.
—¿Estudiar filosofía es mierda?
Recibo un golpe de puño sobre la nariz. Huelo a sangre. Quiero estar en un sueño, pero no: estoy en carne y hueso, y la sangre me lo confirma en cada golpe. Sus risas también.

25 de junio de 1978.
Buenos Aires se aglomera en los cementos del Monumental. Setenta y siete mil doscientas sesenta personas gritan:
—¡AR-GEN-TINA! ¡AR-GEN-TINA!

Me llevan, pasada la media tarde, a una sala oscura de techo de madera oblicuo, que casi cae sobre mi cabeza. Una silla, una mesa, algunos cables y tres hombres de pie. Una radio. La voz de Muñoz.

A los 37 minutos del primer tiempo, gol de Argentina.
—Te dije —grita uno—, “el matado” nos iba a dar una alegría.
Se abrazan. Festejan. Yo huelo a sangre nuevamente. Mi nariz está rota. Mi alma, destrozada. No quiero vivir más. Quiero irme, pero no puedo.

En las calles, los autos hacen sonar sus bocinas. Los alaridos sentimentales del fútbol no dejan ver más allá de esa esfera número cinco que eclipsa a millones de personas. Nosotros morimos; ellos festejan.

En el complemento, cuando Buenos Aires corea el triunfo, Muñoz anuncia el gol de Holanda. Gol de Nanninga. Y yo festejo. Grito el gol por dentro. Me golpean con bronca, como si fuera mi culpa el empate.

Tiempo suplementario:
Gol de Argentina. Otra vez Kempes. Nuevamente se abrazan. Gol de Bertoni. Triunfo militar. Triunfo argentino. Mi latir se frena. Mis piernas se estiran sobre el piso frío. Dejo caer las manos sobre el torso y me despido. Me dejo morir.

Por la radio, la voz efusiva de Muñoz:
—Para que esos señores vean que los argentinos somos derechos y humanos.

Los tres militares se apilan en un solo grito. Luego, recuerdan que estoy en el piso. Me levantan, me acuestan sobre la mesa y me golpean sin límites.

Tiempo después, por la misma radio, escucho el alegato de Videla:
—Este Mundial permite pensar que aún es posible vivir en unidad y diversidad, y es también el símbolo de la paz. Una paz que merezca ser vivida.

Su voz era firme, casi paternal. Pero para mí, cada palabra sonaba como un hierro ardiendo sobre la piel.

Los días se repiten como un eco.
El encierro me robó la noción del tiempo, pero no de los sonidos. Escuchaba el repiqueteo de las botas como un tambor que anunciaba tormenta. El olor a humedad y a miedo se mezclaba con el recuerdo de la voz de mi madre, cuando me llamaba a cenar.

A veces me preguntaba si ella sabría que yo estaba ahí, si aún me soñaba libre.

El tiempo, como el dolor, tiene la costumbre de no avisar cuándo termina.
En algún momento, la puerta se abrió y me arrojaron a un pasillo. La luz me encandiló. Caminé tambaleando, sintiendo que mis pies apenas tocaban el suelo. Afuera, el ruido era otro: un silencio pesado, de ciudad de madrugada.

Nunca supe por qué me soltaron. Tal vez ya había cumplido su propósito: ser un número más en una estadística secreta.

Han pasado más de cuatro décadas.
La ciudad cambió su silueta. Los bares ya no son los mismos. El cemento del Monumental guarda otras voces.

Pero cuando escucho el rugido de una multitud, un escalofrío me recorre: vuelvo a estar ahí, en esa sala, con la radio encendida y las botas marcando el ritmo de los golpes.

Hoy camino libre, pero con la conciencia de que no todos salimos. Algunos quedaron colgados en las páginas arrancadas de la historia, en las fotos que nunca se revelaron. Yo los llevo conmigo, en la sangre y en la memoria.

Hace poco volví a la plaza donde vi a la mujer del pañuelo blanco. Ya no estaba, pero su sombra parecía seguir caminando alrededor del mástil. Cerré los ojos y escuché un murmullo:
—No olvides.
No sé si fue el viento o una voz que sólo yo podía oír.

Me quedé ahí, quieto, como quien defiende un arco invisible. Entendí que el partido no terminó, que la pelota sigue rodando en las canchas de la memoria, y que mientras haya quien cuente lo que pasó, el silencio no nos meterá otro gol.

Y así, cada vez que la multitud grita, yo me permito recordar que hubo un tiempo en que el grito de gol tapaba otros gritos. Y que mi deber, ahora, es que eso nunca vuelva a pasar.

Gonzalo Niggli

miércoles, 19 de marzo de 2025

¿Donde se revalorizan los aprendizajes de la vida cotidiana?

 Veamos algunas diferencias entre el aprendizaje que tiene lugar en la escuela y lo que sucede en la vida cotidiana: 

El conocimiento es individual

La actividad es predominantemente mental 

Se utilizan símbolos, el aprendizaje es artificial, descontextualizado 

Se enseñan destrezas generales y principios teóricos 

El error es penalizado 

Aprendizajes y enseñanzas explícitos 

Predominan componentes racionales 

El conocimiento es compartido 

La actividad es manipulativa 

El razonamiento es contextuado en situación

Se adquieren formas especificas de competencia 

El error es parte del proceso y es más costoso 

Aprendizajes y estrategias implícitos 

Aspectos emotivos y racionales como unidad inseparable 











Desde la Psicología cultural se sostiene que las personas desarrollan herramientas culturales y destrezas cognitivas asociadas con dominios de la vida diaria.  Mientras que la escolarización propicia procesos lógicos, por fuera de la escuela prevalecen los procesos empíricos. Desde esta perspectiva los esfuerzos individuales, las estructuras socioculturales y la participación en ellas son inseparables.

miércoles, 12 de marzo de 2025

¿Cómo se concibe al sujeto?

 

 “La calidad de la escuela deberá ser medida no sólo por la cantidad de contenidos transmitidos y asimilados, sino igualmente por la solidaridad de clase que haya construido, por la posibilidad que todos los usuarios de la escuela -incluidos padres y comunidad- tuvieron de utilizarla como un espacio para la elaboración de su cultura. 

La participación popular en la creación de cultura y de educación rompe con la  tradición de que solo la élite es competente y sabe cuáles son las necesidades e intereses de toda la sociedad. La escuela debe ser también un centro irradiador de la cultura popular, a disposición de la comunidad, no para consumirla, sino para recrearla. 

La escuela no es sólo un espacio físico. Es un clima de trabajo, una postura, un modo de ser. La marca que queremos imprimir  colectivamente a las escuelas privilegiará la asociación de la educación formal con  la educación no formal. La escuela no es el único espacio para la transmisión de conocimiento. Procuraremos identificar otros espacios que puedan propiciar la interacción de experiencias. 

Consideramos también  prácticas educativas a las diversas formas de articulación que se dirijan a contribuir con la formación del sujeto popular en cuanto a individuos críticos y conscientes de sus posibilidades de actuación en el contexto social.”  P .Freire (1989)

¿Qué cuestiones de la especificidad de la Educación Popular podemos llevar a las escuelas a fin de enriquecer la cotidianeidad y transformar en novedad el malestar?

¿Podemos pensar múltiples cursos para el desarrollo de los procesos, de los sujetos? ¿O nuestras prácticas terminan dando cuenta de un único modelo de desarrollo posible que vuelve a poner sobre la mesa las diferencias concebidas como deficiencias?

¿En qué medida nuestras prácticas áulicas propician la organización colectiva, el trabajo colaborativo, la argumentación y el intercambio de puntos de vista? 

 ¿Cómo se concibe al sujeto que enseña? ¿Qué lugar damos al saber que el otro u otra nos trae? ¿Cómo dialoga ese saber con la propuesta pedagógica que le estamos presentando?