La educación como encuentro con lo ajeno
Todos vivimos en un
mundo que nosotros mismos creamos a través de nuestras propias interpretaciones
Al dialogar en la vida cotidiana
con quienes nos rodean (nuestras mujeres o maridos, amigos, colegas y
conocidos) vamos confirmando nuestras propias interpretaciones de la realidad,
las desarrollamos, las adaptamos a las nuevas situaciones y así nos afianzamos
en el entramado de la red interpretativa que de nuestra vida vamos haciendo.
Así, vivimos y aprendemos en la modalidad del entorno que vamos creando; y es a
través del proceso de la comunicación que se va desarrollando este proceso
ininterrumpido y cíclico de desarrollo y adaptación de los patrones de
interpretación. Entonces, los seres humanos no vivimos en un entorno “natural”
u “objetivo”, sino en un entorno creado por nuestras interpretaciones. Y si los
patrones de interpretación de nuestra conciencia de lo cotidiano van surgiendo
como resultado de una interacción constante entre la acción y la interpretación
de la acción, podemos deducir dos primeras consecuencias:
- Si podemos reconocer las exigencias que plantea una situación es porque en ellas vemos algo que “ya sabemos” y, en consecuencia, con nuestro actuar real no reaccionamos ante hechos objetivos, sino que siempre lo hacemos ante una definición, una interpretación de esos hechos.
- Nuestra conciencia de lo cotidiano recurre a interpretaciones que se repiten, los patrones de interpretación, que son como “moldes” a los que recurrimos tratando de hacer “encajar” las situaciones a las que nos vamos enfrentando, y que sólo cambian al surgir crisis biográficas o de identidad, y no porque se revelen como inadecuados. Vamos a analizarlas.
1) La prevalecencia de lo propio: Si retomamos la idea de que “sólo
se ve lo que ya se conoce”, será fácil comprender que uno de los mayores
obstáculos que enfrentará el docente de adultos es el arraigo en los propios
patrones de interpretación “de probado éxito”, casi imposibles de disolver.
Vamos a analizar dos ejemplos. Uno, especialmente llamativo, “el juramento de
Cuba”, con el que Colón insiste y obliga a compartir su opinión de que Cuba es
parte del continente asiático: los indios que había encontrado Colón le dijeron
que estaban en una isla, pero dado que esa información no le convenía, puso en
duda la fiabilidad de la información y escribió lo siguiente en su diario: “Y
porque esta gente es tan ingenua y cree que todo el mundo está compuesto de
islas, y porque no saben lo que es tierra continental, y porque no tienen
escritura ni escritos antiguos, únicamente pensando en disfrutar la comida y
las mujeres, dijeron que se trata de una isla”. Acercándose el final de esa
expedición, y decidiendo aplicar su autoridad frente a sus acompañantes en vez
de argumentar, obliga a todos a poner pie en tierra de la isla, y todos deben
juran que “no cabe la menor duda, que pisan tierra continental, que no se trata
de una isla, y que navegando a lo largo de la costa, después de muchas millas
encontrarían regiones en la 2 que encontrarían habitantes cultos que conocen el
mundo. (…) Quien afirmara lo contrario, sería penado cada vez y cuando sea con
una multa de diez mil maravedís y se la cortaría la lengua. A los grumetes y la
gente de su talante, se les cortaría la lengua y, además, recibirían cien
azotes con el extremo de una soga”. (Juramento de Cuba, Junio de 1494;
Tovodoro, 1985, p. 31 y s.). Es evidente que, en este caso, la prevalencia de
lo propio, de los propios patrones de interpretación, generó en el contacto
intercultural consecuencias catastróficas. El otro ejemplo que expondré
corresponde a mediados del siglo XX, ingenieros norteamericanos construyeron un
aeropuerto en la región del Pacífico Sur, para lo que reclutaron a jóvenes
trabajadores entre la población de la isla, los repartieron en grupos y a los
mejores entre ellos los nombraron capataces de sus respectivos equipos o,
incluso, jefes de varios equipos. En el transcurso de las semanas siguientes,
los norteamericanos creían que la situación estaba evolucionando
satisfactoriamente, pero una mañana encontraron degollados a todos los
capataces en el comedor. ¿Qué había pasado? Según la cultura de esta población
insular, era inaceptable la existencia de jerarquías entre personas de la misma
edad, por lo que los norteamericanos habían creado una situación insostenible
en esa sociedad, y a fin de cuentas, terminaron imponiéndose las normas
culturales de los habitantes de la isla.
Estos ejemplos demuestran dos
cosas:
En primer lugar, nuestra
idiosincrasia cultural está constituida por patrones de interpretación que
tiene raíces muy profundas y que, en parte, albergamos de modo inconsciente. El
sociólogo cultural francés Pierre Bourdieu emplea el término de habitus para
describir este hecho: es decir, la suma de las experiencias sociales de una
persona, que se refleja en una actitud básica general frente al mundo. Las
peculiaridades socioculturales se imponen sin que nos demos cuenta,
determinando nuestro comportamiento. Y así, la creación de nuestra propia
realidad, nuestro comportamiento y la forma que tenemos de hablar y escuchar,
nos parecen “normales”, y muchas veces no somos capaces o no estamos dispuestos
a entender, los comportamientos de los “extraños”, que actúan en concordancia
con lo que es típico en sus respectivas culturas.
En segundo lugar puede suponerse
que los malos entendidos son algo normal, lo que vale no sólo para los
contactos entre culturas diferentes, sino que también para la comunicación
entre personas pertenecientes a una misma cultura. La creencia en que es posible
un entendimiento “correcto”, olvida que la interacción entre personas se rige
por lo siguiente: alguien dice algo, el otro entendió aquello. Lo paradójico es
que, sin embargo, ambos establecen una cooperación e interacción, claro que la
mayoría de las veces basándose en interpretaciones diferentes de la misma situación.
2) Los patrones de interpretación: La segunda de las consecuencias
que habíamos derivado es que nuestra conciencia de lo cotidiano recurre a
interpretaciones que siempre se repiten, es decir, a patrones de interpretación.
¿Por qué recurrimos a ellos? Es simple: los patrones de interpretación
facilitan una rápida orientación: ante situaciones complejas consiguen reducir
las 3 complicaciones; otorgan una perspectiva y ayudan a que lo nuevo no se
perciba totalmente nuevo. Y en lo que se refiere a la estructura de nuestra
conciencia, se puede suponer que existen patrones latentes de interpretación,
que muchas interpretaciones y puntos de vista tienen que ser consistentes entre
sí, y que los patrones de interpretación de una persona están incluidos en un
orden sistemático y jerárquico. Sin embargo, y aunque las perspectivas y las
interpretaciones son transmitidas por el entorno social durante el proceso de
socialización, de modo que se imponen las orientaciones adquiridas en fases
precoces (como las orientaciones de tipo cultural), aún así se desarrollan y
van cambiando en el transcurso de la vida. Aunque claro, no es frecuente que se
produzca un cambio radical, ya que los seres humanos nos esforzamos por
aferrarnos a la forma de ver las cosas que nos es más familiar. Si partimos de
la idea de que la educación siempre proviene de otro, los docentes tienen, por
una parte, que promocionar de modo profesional la adquisición y la captación de
conocimientos nuevos y de nuevas experiencias mediante los arreglos
correspondientes; y por otra, que ofrecer una ayuda interpretativa que
posibilite la construcción de nuevos patrones de interpretación de la realidad.
Detengámonos sobre esta segunda tarea, y para hacerlo, en primer lugar, será
necesario derribar una ilusión básica: la que supone que los alumnos aprenden
lo que se les enseña. El aprendizaje únicamente se puede entender si se intenta
comprenderlo desde la perspectiva interna del sujeto que aprende y si, además,
se logran reconstruir los patrones de interpretación y los proyectos de
aprendizaje del sujeto. El proceso del aprendizaje no se inicia simplemente por
el hecho de que un docente plantee las correspondientes exigencias, por encima
de la voluntad de quien aprende. Las exigencias de aprendizaje no son en sí
actos de aprendizaje; sólo se transforman en tales si se las puede asumir
conscientemente como problemas dignos de aprendizaje, lo que, por su parte,
únicamente sucede si al menos se acepta dónde hay algo que se tenga que
aprender.
El docente, por lo tanto, tiene
las siguientes funciones:
- Separar a los que aprenden paulatinamente de la dependencia que tienen de su docente;
- Apoyarlos para que puedan aprovechar sus propios recursos de aprendizaje, especialmente en lo que se refiere a las experiencias de otros y del docente, y ofrecerles la oportunidad de participar en procesos de aprendizaje recíproco (por ejemplo, aprendiendo en grupos);
- Apoyarlos para que formulen su propia necesidad de aprendizaje;
- Apoyarlos para que asuman una responsabilidad creciente en cuanto a la definición de sus propias metas de aprendizaje, a la elección del camino que seguirán durante el aprendizaje, y a la evaluación de su transcurso;
- Ayudarlos a organizar lo que tengan que aprender;
- Apoyarlos a tomar decisiones, especialmente en relación con la selección de las experiencias de aprendizaje de relevancia y, también, apoyarlos a ampliar su cantera de posibles decisiones;
- Facilitarles la comprensión de las perspectivas de alternativa de los demás, integrándolas en la actuación propia;
- Alentarlos a utilizar criterios de decisión y evaluación que tomen en cuenta, cada vez más, una conciencia más diferenciada, la facultad de la autorreflexión y la integración de experiencias;
- Fortalecer su autoconcepción (conciencia de sí mismos) en su calidad de personas que aprenden y actúan, en la medida en que son preparados para ser cada vez más independientes;
- Acentuar métodos relacionados a las experiencias, participativos y orientados hacia proyectos, además de facilitar los contactos de aprendizaje cuando sea necesario;
- Tomar una decisión de tipo moral sobre el grado de apoyo que deberá prestarse al que aprende para que sea capaz de entender las posibilidades que tiene para decidir y actuar y para que mejore sus facultades de tomar decisiones.
Para que un docente sea capaz de
hacer todo lo que aquí se menciona, es necesario que, antes que nada, reconozca
sus propios patrones de interpretación y supere su propia soberbia. Él tiene
que desarrollar la voluntad de fijarse en lo que le es familiar desde una nueva
perspectiva, con “ojos ajenos”. “De lo que se trata es de no encapricharse con
el dominio y la superación de todo lo demás, sino que hay que estar dispuesto a
someterse a lo diferente, incluso a dejarse enajenar. Es necesario desarrollar
una sensibilidad para otras formas del sentido, adquiriendo conciencia de la
propia mancha ciega existente en la propia capacidad de percepción y, en
consecuencia, ya no formarse un juicio con el patetismo del que conoce la
verdad absoluta y definitiva, sino aceptar también que el otro conoce la verdad
(…). Además, uno no solamente debería aceptar que, en principio, es justificado
que una situación puede ser interpretada de un modo totalmente diferente desde
otra perspectiva, sino que tal conciencia también tiene que determinar nuestro
quehacer práctico, es decir, que tiene que tener consecuencias concretas.
Necesitamos tener el valor de operar entre la estabilidad y el caos” (Welsch, 1994).
BIBLIOGRAFÍA:
Klessing-Rempel, Ursula (1996)
“Lo Propio y lo Ajeno. Interculturalidad y Sociedad Multicultural, México.
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