martes, 21 de mayo de 2013

"El lector proyecta su presencia dentro del texto de ficción" Roger Chartier


ROGER CHARTIER, HISTORIADOR

A lo largo de la historia, las prácticas de la escritura y la lectura tuvieron múltiples significaciones y formas. En la actualidad, la tecnología digital permite leer y escribir en una misma superficie.

Claudio Martyniuk.  cmartyniuk@clarin.com

En el siglo XVIII, con novelas como las de Goethe y de Rousseau, se habría producido una revolución en la lectura. ¿Qué cambió en el modo de leer; qué provocó un sortilegio ante los libros?

-Algunos historiadores consideraron que después de 1750 aparece una nueva forma de lectura, que se apodera de más textos, los lee con una distancia crítica, y porque ya la lectura no era solamente de libros sino también de panfletos, libelos, periódicos. A este tipo de lectura extensiva se la llamó revolución de la lectura, y se la oponía a lectura intensiva que era el modelo de la lectura tradicional: pocos textos, leídos y releídos, memorizados y reverenciados. Otros historiadores piensan que no hubo revolución y que las formas de lectura intensiva y extensiva existieron desde el Renacimiento. Efectivamente, un lector humanista del siglo XVI leía con intensidad algunos textos pero leía muchos libros e iba de uno a otro. Por otro lado, en el siglo XVIII la novela supone una lectura particularmente intensa. El lector lee y relee la misma novela, incorpora el texto dentro de su pensamiento, de sus afectos, proyecta su presencia dentro del texto de ficción. Así, no se pueden oponer rígidamente los dos modelos, que describen tipos de lectura que el mismo lector puede practicar en distintos momentos frente a diversos textos. 

¿La lectura intensiva tiene huellas de la lectura de la Biblia?

-Sería como un desplazamiento de la lectura más intensiva posible, que era en los países protestantes la lectura de la Biblia. Esa lectura de la Biblia que se hacía dentro de la familia en voz alta, o que cada uno de los cristianos debía hacer, fue por empezar una práctica de los calvinistas, de los puritanos y de los "pietistas". Y progresivamente apareció la conquista de los luteranos por este modelo. Luego hubo un desplazamiento hacia una serie de textos de ficción de una práctica de la lectura que se había cristalizado alrededor del texto sagrado. Lo que puede explicar por qué en el siglo XVIII hay toda una transferencia del vocabulario de la religión a la lectura y la escritura. Además, el escritor va a desempeñar el papel del clero. Junto al desplazamiento de las prácticas de la lectura religiosa a textos de ficción, algunos escritores se transforman en guías de la humanidad. Quizá Rousseau sea el primero en Francia.

Jamás se han editado tantos libros como en nuestra época. Esta abundancia, ¿afecta el valor del libro y el modo de leer?

-Pienso que sí. Con la multiplicación de los títulos y la posibilidad de publicación electrónica existe la idea de temor frente al exceso, ante lo indomable de una producción que nadie puede evidentemente leer, ni siquiera controlar. Una consecuencia es hacer más difícil una jerarquización entre los textos que pueden producir un efecto sobre los pensamientos o los sentimientos y los que evidentemente no tienen la misma fuerza. También afecta a la lectura. La paradoja es que hoy en día los discursos lamentan, por un lado, la desaparición de la lectura y, por el otro, la multiplicación de los libros. 

La escritura fue clave para la conformación del espacio público. ¿Hoy qué papel cumple?

-El espacio cívico del debate supone instituciones para hacerlo y evidentemente esto es un desafío para las sociedades modernas donde los individuos se encuentran aislados. No tenemos la tra ma de clubes, salones, sociedades de lectura que definían el siglo XVIII. Efectivamente, no sabemos, tenemos dudas de que la circulación de lo escrito sea la base de la discusión pública. Esto supondría que la práctica editorial, las ferias del libro, las librerías, las bibliotecas puedan tener un papel en la reconstrucción de la circulación de lo escrito en lugares donde se intercambian palabras vivas a propósito de la ficción, las ideas, los ensayos, la historia. En los últimos años hemos visto que las librerías organizan con más frecuencia presentaciones de libros, las ferias del libro permiten una forma de acercamiento de los lectores —u oyentes— a la cultura escrita, y que las bibliotecas —lejos de desaparecer tal como se había prometido por la circulación digital de los textos— refuerzan su papel de reorganizar la palabra viva alrededor de la cultura escrita. Sería una respuesta optimista a diagnósticos pesimistas.

El avance de nuevos medios que ponen el acento en la imagen, ¿puede provocar el declive del placer de la lectura?

-La imagen siempre ha acompañado la cultura escrita y en la historia del libro la presencia de las imágenes fue fundamental. En el XVIII se fortalece la idea según la cual la imagen muestra lo que el texto no puede enunciar. Hoy en día el desafío de la imagen es diferente, pero debemos también considerar que las pantallas del presente (salvo en el cine y en la televisión donde hay imágenes puras, sin texto, excepto el oral) no únicamente de textos, pero multiplican la presencia del texto. Por otro lado, se puede ver en las técnicas de lectura del texto digital una forma de zapping, de discontinuidad, de secuencias breves. 

¿Qué relación produce la computadora con la escritura?

-Por primera vez es la misma superficie, es el mismo objeto sobre el cual se escribe y se lee. Hoy podemos aprovechar tres maneras fundamentales de inscribir escritura sobre un soporte: manuscrita, impresa y electrónica. Y no sé cuál podrá ser el futuro de los conflictos entre estas formas, pero lo que me parece es que hoy en día hay como un equilibrio, una negociación que se organiza inconscientemente entre estas diversas formas. 

¿De qué modo se organiza?

-Por ejemplo, la escritura manuscrita tiene como herencia la idea de una relación más personal con el otro y puede tener el peso de la autenticidad. Y la dimensión jurídica de la firma autógrafa o del documento manuscrito sigue estando muy presente. La forma de la lectura frente al libro impreso tiene una herencia de muy larga duración porque la forma del libro tal como la conocemos no fue inventada por Gutenberg, sino que apareció en los primeros siglos de la era cristiana con el códice, es decir un libro compuesto por hojas dobladas. Nuestro mundo hasta la computadora era uno en el que había una serie de jerarquías paralelas, es decir diversos tipos de objetos: libros, periódicos, cartas y géneros textuales que correspondían a estas formas y a los usos de los lectores. Si la gran revolución de la computadora es el permitir leer y escribir en la misma superficie, también lo es —y no sé si es algo positivo o negativo— la idea de que todos los géneros textuales aparecen sobre el mismo objeto en la misma forma. 

¿Se establece una continuidad que borra las diferencias entre distintos objetos textuales?

-La diferenciación que establecía un libro, un cuaderno, una carta, un periódico, una revista, etc. se plantea de otro modo en el mundo electrónico, con lo que delimitar la unidad de cada texto es también una práctica muy diferente. Y es, me parece, un desafío, porque puede borrar las diferencias entre textos de ficción y textos de saber, o textos de falsificación y textos que tienen una autoridad científica. 

¿Por qué amamos al libro?

-Por un lado existe un amor por los textos: es la idea de que algunos libros, y no todos, contribu yen a la construcción del espacio público, pueden tener una fuerza crítica, definen una manera de viajar a países desconocidos. Si los textos tienen una existencia material, el lector no es una mente desencarnada. El lector realiza una práctica que supone gestos, lugares, objetos, hábitos, y efectivamente estos gestos, hábitos o lugares cambian. Debemos pensar que hay como una encarnación de los textos en formas que los conllevan y hacen circular, y al mismo tiempo que el lector no es un ser abstracto, que es un ser que implica la totalidad de la afectividad o el cuerpo mismo. Y las relaciones del cuerpo con el libro cambian cuando se va del rollo de la antigüedad al códice, o del códice a la pantalla. Y es la doble dimensión del libro y la lectura la que en el siglo XVIII fue el objeto de reflexión y algunas veces de temores y otras de alabanza. La dimensión de la lectura involucra la afectividad entera en la relación con el texto y de ahí que en las novelas de ese siglo, como las de Richardson y de Goethe, y en la novela más que en otros géneros, esta presencia del lector, del cuerpo del lector, de la afectividad del lector, se encontrara con tanta fuerza.

COPYRIGHT CLARIN, 14/05/2006.

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