martes, 21 de mayo de 2013

La Perspectica Cortazariana Del Lector Activo Dentro De La Discusión Hermenéutica Del Siglo XX


Aquí me propongo indagar la perspectiva hermenéutica dentro de lo que se considera en la reflexión filosófica de esta disciplina como la línea autor-obra-lector. Para contextualizar la obra de Cortázar dentro de la discusión (textual o intertextual) en que pretendo poner su reflexión crítica, tomo como punto de partida lo que es la hermenéutica como reflexión sobre la comprensión. Luego, he de presentar una breve síntesis del pensamiento hermenéutico del alemán Hans-Georg Gadamer, y seguido a esto una muestra del pensamiento del francés Paul Ricoeur, con la finalidad de ir entretejiendo su pensamiento con el de Cortázar. Finalmente, presentaré un encuentro inter-textual sacado de las conclusiones de las lecturas de estos tres autores –y de muchos otros más que comienzan a ser parte de mi propio bagaje preconceptual-, con el fin de mostrar algunos paralelos y diferencias, pero sobre todo la gran riqueza hermenéutica y de literatura desbordante de sentido que aparece en Cortázar como literato y crítico literario.
Con lo dicho, se toma como punto de partida que la hermenéutica es la reflexión filosófica sobre la manera en que leemos textos, sean históricos, literarios o religiosos. Como afirma Alberto Parra, una acción hermenéutica o interpretativa es requerida por todo símbolo verbal o no verbal, cuya finalidad primera es suscitar una captación de significado (Bedeutung, meaning) o de sentido (Sinn, sense), convertir algo percibido y entendido. Interpretar o captar el significado o el sentido de estímulos, signos, vocablos, conceptos, eso es entender. Quien no puede interpretar, tampoco puede comprender.
Dado que somos seres en el tiempo, interpretantes e interpretados, necesitamos de la reflexión hermenéutica sobre el hecho mismo de comprender. Este comprender está dirigido particularmente hacia textos, y por lo tanto a la lectura. Leer es un diálogo entre lector y texto. Como afirma Hans de Wit, siguiendo a Umberto Eco, “los textos son objetos dinámicos que llevan su propia estrategia de lectura en su gramática y estructura literaria". Por ello, cada lectura de un texto es un proceso de autocomprensión del ser humano a través de la comprensión del otro y de la otra. Cada lectura de un texto es una producción de sentido. Por ello, la hermenéutica considera al texto literario como un “otro”, y reflexiona sobre cómo establecemos ese diálogo –o polílogo, ya que intervienen diferentes actores- con el otro o con los otros. En este sentido, en la hermenéutica confluye la reflexión sobre autor, texto y lector, y pretende responder a la pregunta: ¿cómo es posible explicar y comprender textos escritos?

1. La propuesta de obra con vida propia en Gadamer
Hans-Georg Gadamer ubica su propuesta en un diálogo con las reflexiones hermenéuticas precedentes, tales como las de Schleiermacher y Dilthey. En su obra Verdad y Método, Gadamer observa que, en la interpretación, el prejuicio y la distancia histórica no son algo negativo. El prejuicio, percibido como pre-comprensión es una estrategia de lectura. La historicidad del lector es generadora de significado, por lo que el significado de un texto no depende solamente del autor histórico sino también de la situación del lector.
 
Para Gadamer, comprender no es una mera re-producción de lo leído, sino que también es producción. La distancia histórica muchas veces nos ayuda a ver las cosas con más claridad, pues es evidente por la experiencia que esta distancia permite nuevas formas de comprender un texto o una situación. El pasado no está muerto ni enterrado, pues el lector está inserto dentro de la historia misma del texto a través del efecto histórico de este (Wirkungsgeschichte). 
Cada persona es capaz de ver en perspectiva propia, con los prejuicios propios, pero no lejanos a la cultura. A la vez, el texto tiene su propio horizonte, su propia contextualidad y dinámica. Por ello, la lectura de un texto significa una fusión de horizontes. La comprensión es una conversación entre texto y lector. Como asegura Hans de Wit, “comprender no es tanto el acto de incorporar un horizonte en el otro, sino más bien el acto a través del cual el horizonte del texto se funde con el horizonte del intérprete”. Por ello Gadamer invita a encontrar el tema existencial que propone el texto, lejos de un método, ubicándose en la propuesta misma del flujo de la vida al que se acerca el lector y ha dejado plasmado el autor como preocupación existencial. 

Para Gadamer, la lectura es ante todo es dia-logos, es decir, una experiencia a través del lógos que une a dos partes. Es como si hubiera un tejido entre los dialogantes, entre el lector y la obra, que se construye por parte y parte y que permite que la conversación con la obra guíe al lector, y no solamente sea una línea interpretativa directa entre autor-lector. La hermenéutica de Gadamer enseña que la lectura, en tanto conversación, posee su propia voluntad: los lectores y los autores mismos son conducidos por la obra como tal. En Verdad  y Método dice Gadamer que la conversación transcurre entre en preguntas y respuestas, en el dar y en el tomar, en el argumentar en paralelo y en el ponerse de acuerdo, aquella comunicación de sentido cuya elaboración como arte es la tarea de la hermenéutica”. Por ello, la lectura es un encuentro con una obra de arte, y tal encuentro produce un habitar en la obra literaria misma, tal como el ser heideggeriano habita en el tiempo:  

De nuevo podemos escuchar al lenguaje: lo que de allí sale hacia nosotros, “le habla a uno”, como solemos decir, y de este modo el interpelado se halla como en un diálogo con lo que de allí sale hacia nosotros. Tanto cuando se ve como cuando se oye o se lee, uno se queda en la obra de arte. Quedarse no es perder el tiempo. Ser mientras se permanece es como un diálogo recíproco intensivo, que no está terminado, sino que dura hasta que finaliza. La totalidad de un diálogo es que uno permanezca enteramente durante un rato “en diálogo”, y esto quiere decir que no “esté plenamente en ello.
2. La propuesta de la muerte del autor en Ricoeur 
 
Paul Ricoeur piensa, a diferencia de Gadamer, que es posible la combinación entre verdad y método para leer creativamente el texto. Esto se logra combinando el énfasis existencial de Heidegger y Gadamer con los resultados fundamentales de la lingüística y la semiótica. El sentido para Ricoeur no se encuentra en el autor sino en la obra misma y en su autonomía semántica o artística. La obra está viva, sus metáforas estén vivas, aunque – o principalmente porque- el autor haya muerto. 
La muerte del autor es una ganancia, según Ricoeur. “El texto escapa al horizonte finito vivido por su autor. Lo que el texto significa ahora importa más que lo que el autor tenía en mente cuando lo escribió”. Una vez muerto el autor, el texto se libera y puede desplegar su plena autonomía hacia un nuevo público. Quien publica un texto, sabe que el texto – escrito por parte de un autor creativo que muere, y queda el texto creativo en sí mismo- cae en manos de lectores creativos que harán de él nuevas propuestas de lectura. El texto escrito se libera de las referencias situacionales y contingentes del momento histórico de su gestación, y ahora pasa a convertirse en parte de la vida de las comunidades de lectores, y se despliega a nuevas referencias. Por ello dice Ricoeur, “donde se pierde una situación se gana un mundo”. Tal mundo ganado es la totalidad de referencias, abiertas por el texto leído, comprendido y amado. 
De esta manera, la distanciación entre lector y texto, y la muerte del autor, son aspectos positivos. Siguiendo a de Wit, “con Gadamer, Ricoeur es de la opinión que el proceso de compresión de textos culmina en el momento de su apropiación o actualización por una comunidad de lectores”. De esta manera se abre paso a la lectura de textos como producción de sentido, y es posible emparentarse con la situación del autor, pero también distanciarse totalmente de ella, y esto es un ejercicio válido, pues el texto está tomando autonomía y continúa con una función social creadora de significados en diferentes contextos. Para Ricoeur, existe una tensión entre palabra e imagen. 
El sentido siempre va a depender de la intención del autor, pero tal intención es irrecuperable. No se puede reproducir exactamente lo que el autor quiso decir, debido a su muerte y a la incapacidad que tenemos hoy de entrevistarlo, pero sí se puede transitar por la vía que abre el autor en el desborde de sentido de la metáfora para experimentar el sentido que hay detrás. Buscarle significado a la metáfora y a la obra literaria es dañarla, lo que hay que encontrar es su sentido. En este plano, hay establecer que las metáforas y las obras literarias no se traducen, ni se significan, sino que se les encuentro el sentido.
Esto abrirá las puertas posteriormente no sólo a una hermenéutica del lector creador, sino también a una hermenéutica del lector rebelde. No es la hermenéutica propiamente de Ricoeur, pero toma como punto de partida la lectura creadora de sentido para convertir tal creación de sentido en una lectura crítica. Pensadores como el surafricano I. Mosala se levantan polémicamente frente a la historia y propuestas del texto, incluso del texto bíblico, para hacer lecturas que permitan liberar las cargas negativas de los textos mismos que han sido fundantes en deshumanización.  De allí que el lector rebelde, “es el lector o la lectora quien toma el poder y construye, si es necesario, su propio texto… de manera que todo el peso recae sobre el lector o la lectora, y su percepción”.
 
3. La propuesta de lector activo y rebelde de Cortázar
 
Julio Cortázar, más como autor experimentado o ansioso de originalidad y cargado de talento, tiene también su propia propuesta hermenéutica. Para él, el texto es un diálogo abierto entre autor y lector. Como afirma en su nota morelliana en Rayuela: 
Tomar de la literatura eso que es puente vivo de hombre a hombre, y que el tratado o ensayo sólo permite entre especialistas. Una narrativa que no sea pretexto para la transformación de un “mensaje” (no hay mensaje, hay mensajeros y eso es el mensaje, así como el amor es el que ama); una narrativa que actúe como coagulante de vivencias, como catalizadora de nociones confusas y mal entendidas, y que incida en primer término en el que la escribe, para lo cual hay que escribirla como antinovela porque todo orden cerrado dejará sistemáticamente afuera esos anuncios que pueden volvernos mensajeros, acercarnos a nuestros propios límites de los que tan lejos estamos cara a cara.
En la Teoría del Túnel, Julio Cortázar establece su propia agenda literaria, la forma como comprende la literatura, y los prolegómenos a su propia teoría creadora de sentido, tanto en la construcción literaria como en la lectura de obras literarias. Su pregunta central para la literatura es: “¿Cómo manifestar de modo literario a personajes que ya no hablan sino que viven (que hablan porque viven, y no que viven porque hablan ccomo en el promedio de la novela tradicional)?”. 
Con ello pretende una horizontalización de la experiencia lector-obra-autor. Y no es extraño que asuma el reto de buscar sus propias maneras de expresarse, a través de un mundo que no encaja en el canon tradicional. Su camino es la metáfora, la cual tiene las capacidades de criticar las limitaciones del verbo y desbordar el lenguaje. La metáfora se ubica en el ámbito de la pre-lógica, es la base de la poesía, y consta de la mostración de la vida en su desborde existencial de sentido para trascender a la novela romántica o al tratado científico. De manera que trasciende al encierro de la narrativa verbal y el lenguaje estético, y se vuelca a lo inmediato, hasta el punto de hacer poesía novelada, pero poesía de lo crudo y novela de lo inmediato. 
La expresión que se busca no es estética sino existencial, tal como el personaje de Johnny Carter cuando dialoga con la vida a través del Jazz: Dueño de una música que no facilita los orgasmos ni las nostalgias, de una música que me gustaría poder llamar metafísica, Johnny parece contar con ella para explorarse, para morder la realidad que se le escapa todos los días… Y cuando Johnny se pierde como esta noche en la creación continua de su música, sé muy bien que no está escapando de nada. Ir a un encuentro no puede ser nunca escapar. 
Dentro de toda esta discusión hermenéutica -sin querer proponer a Cortázar como un teórico de la filosofía hermenéutica, pero sí como un gran teórico literario, que despliega sus propias posturas en sus propias obras, e incluso a veces va contra ellas, - nuestro autor hace una propuesta de encuentro no sólo con un lector, sino también con autor que se vuelve texto. Para Cortázar, el autor está vivo en el texto, el texto está vivo en sí mismo, y el lector está vivo fuera y dentro del texto. La hermenéutica concederá la segunda y la tercera cosa, pero no la primera. La primera es para Cortázar su perspectiva propia de autor, un autor que no pretende inmortalizarse, que tampoco busca morir en la obra, pero que no se está plasmando a sí mismo sino creándose a sí mismo. Con la obra, el autor se está auto-creando, sumergiéndose y emergiendo en la existencia, tratando de encontrarse con el otro, proponiéndose a sí mismo como otro, reclamando no autoría sino diálogo y encuentro.  

Pero más que la propuesta de autor, Cortázar quiere llegar a un nivel más alto del encuentro o diálogo literario: la posibilidad “de hacer un lector cómplice, un camarada de camino”16. Este lector se convierte en co-partícipe y co-padeciente, y en cierto sentido co-autor de la obra. Cortázar distingue dos tipos de lectores, el lector-macho y el lector-hembra. El lector-macho es el co-creador con el autor, activo, que sabe renegar de la obra, que no es dócil, y que su complicidad radica en dialogar con el autor. El lector-hembra es quien se queda con la fachada, y que solamente fe lo bonito de la obra, sin entrar a dialogar con ella.  
Valiendo la omisión crítica de este lenguaje patriarcal, la propuesta es bastante interesante, aunque no necesariamente lograda con perfección en la obra misma de Cortázar. Sin embargo, es evidente que este autor se ubica en una etapa de rebelión, donde el lenguaje es tan problemático que busca acercarse a lo inmediato a través incluso de la violación del –o creación de un nuevo- lenguaje. Así como el autor se convierte en rebelde, y la obra viva en sí misma es una creación rebelde, alternativa diferente, ella misma propone a un lector rebelde, que sea capaz de comprenderla en su propio nivel narrativo. El narratario que propone Cortázar es el lector rebelde, irreverente frente al libro-símbolo, creador de sentido. Por ello, Cortázar se opone a elaborar literatura popular, digerible y fácil para el pueblo. , “No se le hace ningún favor al pueblo si se le propone una literatura que pueda asimilar sin esfuerzos pasivamente, como quien va al cine a ver películas cowboys”.
 
Antes bien, piensa que la literatura debe crear el camino para lectores rebeldes, para personas que preguntan al texto cuando no lo han entendido, y también cuando lo han entendido. Como afirma en su conferencia en Cuba llamada Algunos aspectos del cuento, el eslabón final de la obra literaria siempre va a ser el lector. La obra es puente entre la significación inicial para el autor y la significación final para el lector. La obra está viva en el medio, y el lector vivo es el que le da la vivacidad, pues de resto está muerta.  

Conclusiones 

Ya que la hermenéutica reflexiona sobre la intertextualidad entre los textos literarios, filosóficos y religiosos, entre otros, se encuentra la posibilidad de un diálogo textual entre las obras escritas, vivas en sí mismas, que se pueden llamar “obras de Cortázar”, de “Gadamer” o de “Ricoeur”, y que a su vez pertenecen a la lectura como producción de sentido. Es esto lo que permite un encuentro entre la propuesta cortazariana en diálogo con las filosofías hermenéuticas del Siglo XX, que se enriquecen bastante cuando toman como insumo la obra de un autor tan creativo y versátil como el argentino Julio Cortázar.  
Julio Cortázar está más de la línea de Gadamer en el sentido de encontrar el tema existencial que propone el texto, lejos de un método, ubicándose en la propuesta misma del flujo de la vida al que se acerca el lector y ha dejado plasmado el autor como preocupación existencial. Se evidencia en su obra la falta de sistematicidad, aunque la gran capacidad de creación, que permite ir de aquí a allá, y descubrir la vitalidad de la obra literaria como un organismo vivo en sí mismo que es capaz de acoger a otros organismos vivientes: los lectores y lectoras.  

Gadamer y Ricoeur piensan que nunca leemos un libro para encontrar un sentido cerrado. Leemos con nuestra imaginación, pensamos en los personajes y los asimilamos nuestra realidad y nuestras experiencias. Un lector no puede colocarse en “ninguna parte” para leer una obra con total “objetividad”. Leer es colocarse delante de un cuadro, se necesita tomar una posición física, de la misma manera que el lector debe leer textos desde su situación histórica. Cortázar piensa también que  la lectura es ya producción, y que la escritura es auto-creación. Para Cortázar, el lector puede elegir, tomar la obra a su manera, y experimentarla existencialmente desde su propio punto de vista. Incluso puede renegar de ella y botarla a la basura, y tal posibilidad es válida dentro de la reflexión de cómo se lee un texto. Por ello puede decirse que, con Gadamer y Ricoeur, Cortázar es también de la opinión que el proceso de compresión de textos culmina en el momento de su apropiación o actualización por una comunidad de lectores. 
La literatura, según Gadamer, debe leerse como algo que se le sale de las manos a su mismo autor. La obra trasciende al autor, y el lector debe vivirla, tal como Nietzsche esperaba que el lector del Zaratustra padeciera la obra. En una conversación que sostiene con Silvio Vietta, un año antes de su muerte, dice Gadamer: “Bien, lo que hay de bueno en un poema que nos ha atrapado es que es algo que nos sigue acompañando. Y desde ahora eso nos pertenece. El otro ya no está presente”. 
Como Ricoeur, Cortázar descubre la capacidad creativa de los lectores para descubrir nuevos sentidos, aunque sus significados originales sean totalmente diferentes. El sentido siempre va a depender de la intención del autor, pero tal intención es irrecuperable. No se puede reproducir exactamente lo que el autor quiso decir, debido a su muerte y a la incapacidad que tenemos hoy de entrevistarlo, pero sí se puede transitar por la vía que abre el autor en el desborde de sentido de la metáfora para experimentar el sentido que hay detrás.  Al igual que Ricoeur, Cortázar descubre que la obra literaria tiene más alcance y desborde de sentido en la comunicación existencial que la obra filosófica misma.  
Aunque Cortázar no busca inmortalizarse en la obra, propone la presencia del autor en la obra misma, a manera de auto-creación del autor, nuevas maneras en que no sólo se conoce el lector o el texto existente en sí mismo, sino como una manera de crearse a sí mismo y hacerse parte de la intertextualidad literaria. Ricoeur sobre todo va a disentir del hecho de que el autor siga vivo en la obra, pero está muy cercana de su propuesta la reflexión de Cortázar de que el autor se crea a sí mismo dentro de la obra como un diferente, lo que la narratología conoce como “El narrador”, el cual puede diferir radicalmente del mismo autor, y hasta serle contrario.  

En cuanto a la perspectiva del lector cómplice que se convierte en co-partícipe y co-padeciente, y en cierto sentido co-autor de la obra, es la misma propuesta de lector activo en la hermenéutica del Siglo XX, un lector con capacidad de lectura como producción de sentido, un lector que incluso tenga la posibilidad de ser rebelde y diferente del narrador y la obra.  Al igual que la hermenéutica creadora de sentido, y la hermenéutica del lector rebelde, Cortázar propone también a un lector rebelde. Así como el autor se convierte en rebelde, y la obra viva en sí misma es una creación rebelde, alternativa diferente, ella misma propone a un lector rebelde, que sea capaz de comprenderla en su propio nivel narrativo. 
Todas estas comparaciones llevan a concluir sobre la gran capacidad de Cortázar no sólo como crítico literario sino como creador literario, auto-creador en sí mismo, autor y lector rebelde, que es capaz de morir en manos de su propia obra y en manos de sus lectores. Su propuesta es una propuesta que sigue alimentando la hermenéutica literaria y los estudios narratológicos en los Siglos XX y XXI, y abren camino para leer textos que han sido cargados de tanta tradición, que es difícil desconectarlos de las interpretaciones clásicas, para así proponer otras vías de lectura, creadoras de sentido.  

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